jueves, 29 de noviembre de 2012

La Batalla de Cada Hombre 1


Stephen Arterburn Fred Stoeker con Mike Yorkey
La batalla de cada hombre
La guía que todo hombre necesita para...
Ganar la guerra de la tentación sexual, una victoria a la vez


Elogios para “La batalla de cada hombre”

«No existe un enemigo más común de la verdadera hombría que la diversión o perversión de nuestras capacidades sexuales. Doy la bienvenida a cada contribución que se le haga al arsenal de la resistencia».
-Jack W Hayford, Litt.D.
Pastor de Church on the Way [Iglesia en el camino]
y presidente de The King's Seminary [Seminario del Rey].

«Este libro revolucionará el matrimonio de cada hombre que lo lea. ¿Por qué? Porque cada hombre lucha con las tentaciones sexuales y cada matrimonio se fortalece cuando estas se derrotan. Las explícitas, honestas y perspicaces páginas de este libro reve­lan lo que cada hombre debe saber>.
-Doctores Les y Leslie Parrott
Autores de Saving Your Marriage Beftre It Starts
 [Salve su matrimonio antes de comenzado]

«Este oportuno libro presenta principios claros y prácticos para la pureza sexual. Arterburn y Stoeker extienden un llamado a la valentía, el compromiso y la autodisciplina al dirigir a los hombres hacia una relación exitosa con Dios, sus familias y cónyuges. Verdaderamente este libro es para todo hombre».
-Doctor. John Maxwell
fundador de The INJOY Group

«Dios usó a Steve Arterburn en innumerables ocasiones para impactar mi corazón y mi vida; estoy agradecido a él por su inversión en La batalla de aula hombre. También estoy agradecido de Fred Stoeker. En este libro Fred derramó su honestidad, vul­nerabilidad y estratégica práctica, para pelear la buena batalla. Él ofrece verdad y esperanza bíblica para todo el que tenga oídos para oír, en cuanto a cómo luchar en la guerra de la tentación sexual. Lee La batalla de cada hombre con el corazón abierto, ya que podría salvar tu matrimonio y testimonio».
-Doctor Gary Rosberg
presidente de America's Family Coaches
Autor de Guard Your Heart [Guarda tu corazón]
y Las cinco necesidades de amor de hombres y mujeres.


Contenido

Reconocimientos----------------------------------------------

Introducción ----------------------------------------------------

Primera Parte ¿Dónde nos encontramos?


1
Nuestras historias ---------------------


2
Pagar el precio -------------------------


3
¿Adicción o algo más? ---------------





Segunda Parte ¿Cómo llegamos hasta aquí?


4
Mezcla de normas ---------------------


5
¿Obediencia o simple excelencia?-


6
Solo por ser varón ---------------------


7
Escoge la verdadera hombría ------





Tercera Parte Escoge la victoria


8
El momento para decidir -------------


9
Recupera lo perdido ------------------


10
Tu plan de batalla ----------------------





Cuarta Parte Victoria con tus ojos


11
Aparta la vista --------------------------


12
Deja de alimentar la vista -----------


13
Tu espada y escudo ------------------





Quinta Parte Victoria con tu mente


14
Tu mente de potro salvaje ----------


15
Cerca de tu corral ---------------------


16
Dentro de tu corral --------------------





Sexta Parte Victoria en tu corazón


17
Aprecia a tu escogida ----------------


18
¡Lleva el honor! ------------------------





Guía de estudio y comentarios.


Reconocimientos

Quiero darle las gracias a Greg Johnson quien me presentó a Fred Stoeker. Este encuentro se originó en los cielos. Muchas gracias también a Fred, que trajo gran sentido común y sabiduría a hombres que no son adictos sexuales, pero que desean ser firmes en su integridad sexual. Trabajar con ambos fue un privilegio y también con Mike Yorkey y su gran talento de escritor.
-Stephen Arterburn

Quiero reconocer a varias personas que han tenido gran influencia en mi vida. El señor Campbell, un talentoso veterano de Vietnam, maestro en una escuela superior de clase obrera, se encargó de sembrar el amor a la escritura en el corazón de un deportista. Los pastores John Palmer y Ray Henderson son mis héroes. Joyce Henderson merece mi agradecimiento por su apoyo incansable. Mi suegra Gwen, fue mi gran defensora.
A todos los que contaron sus historias y leyeron las versiones preliminares del manuscrito, gracias. Y aunque por razones obvias no puedo decir sus nombres a los lectores, ustedes saben quiénes son. Ustedes fueron indispensables.
Mi más profundo agradecimiento va dirigido a mis amigos más antiguos: «Tío Jim», solo recuerda una cosa: ¡Me la debes! «Milbie», mi respeto hacia ti es inmensurable. «Hollywood», la vida sigue siendo demasiado preciosa. R.P., sabías que este día llegaría. Y a Dan, Brad, Dick, Gary, Pat, RB. y Buster, ustedes son los amigos que brindan el apoyo más grande que cualquier hombre podría esperar.
,- Y, por último, muchas gracias a mi agente literario Greg Johnson, de Alive Communications, que se atrevió a arriesgarse conmIgo.

-Fred Stoeker

A menudo, los coautores de este libro describen de un modo
bastante explícito las luchas pasadas -las suyas y las de otros­ con la pureza sexual. Por respeto a la sincera comunicación con los lectores que enfrentan luchas similares, nuestra meta fue ser francos, sin ofender. .. haciendo que así les sea más fácil a los hombres enfrentar cualquier inmundicia y esforzarse por medio de la gracia y el poder de Dios para participar activamente de su santidad.


Introducción

Cuatro hombres y la historia de este libro

Del editor Mike Yorkry:
Supongo que se podría decir que cada libro es una obra de amor del autor, pero este libro es la obra del amor de Dios hacia ti, lec­tor. Dios escuchó el lamento que proviene de los hombres que viven en una cultura cargada de sexualidad y respondió uniendo a cuatro hombres de una manera poco común. Creemos que la historia de cómo este libro llegó a tus manos, lleva consigo un importante mensaje para tu corazón.
Conocí a Fred Stoeker por teléfono en el año 1995, cuando yo era editor de la revista Enfoque a la Familia. Fred había someti­do un artículo que tituló The Art o[ the Hand-Off[El arte de la entrega], describiendo cómo usó el libro del doctor James Dobson Preparing for Adolescence [Prepararse para la adolescencia], para educar sobre la sexualidad a su hijo Jasen, de once años de edad. El intuitivo artículo llegó a Enfoque a la Familia sin que se solici­tara, en otras palabras, su envío era uno de los miles de artículos que posibles autores nos envían todos los años con la esperanza de que se seleccione y publique. Fred no sabía 'que en la revista solo teníamos en el año espacio para una docena de artículos no solicitados. Sin embargo, al hojear su manuscrito algo me impactó en cuanto a su historia escrita en primera persona, y pocos meses después la publicamos.
Un tiempo más tarde, después de mudarme a San Diego con mi familia y comenzar una carrera como escritor a tiempo completo, Fred me envió un paquete sorpresa vía Federal Express. Adentro había un grueso manuscrito. En una carta explicativa, mencionaba haber trabajado en el manuscrito durante largas horas, fines de semana y meses, y que ya había pasado por la difícil tarea de mostrárselo a Brenda, su esposa. Ella le dio el vis­to bueno y ahora Fred necesitaba la opinión de un escritor y edi­tor profesional. Como yo era la única persona que él conocía con tales cualidades, se preguntó si estaría dispuesto a darle una rápida lectura.
Me senté a leer el manuscrito de Fred e inmediatamente me atrajo el tema, uno que muchos autores no se atreven a tocar a fondo. Aquí estaba este hombre exponiendo la historia de su vida y la de otros hombres. Mirar con insistencia a las mujeres. Soñar con actos sexuales con féminas conocidas. Dar cabida a «y qué si...» y doble sentido sexual. Masturbación desenfrenada.
El escrito de Fred necesitaba cierto trabajo y ajustes estruc­turales (cosa que era de esperarse por ser su primer manuscrito), pero debajo del exceso de palabras yacía un tesoro de verdades con poder para impactar a toda una generación de hombres y guiados hacia la integridad sexual. Al comentar mis pensamien­tos con Fred, este me pidió que considerara volver a escribir el manuscrito.
Luego de dialogar con Fred y orar, le dije que sí, pero la deci­sión no fue fácil. Yo acababa de comenzar mi carrera como escri­tor por cuenta propia, y para mí era crítico escoger el proyecto adecuado. Para autores primeriws como Fred es muy difícil hallar una editorial que se disponga a trabajar con ellos, y yo era consciente de que probablemente este manuscrito nunca se publicaría. No obstante, nos sumergimos en el proyecto con­fiando en que si Dios quería dar a conocer su mensaje proveería una casa editora, y WaterBrook Press fue la repuesta del Señor.

Del editor Dan Rich:
Cuando leí el manuscrito de Mike y Fred, de inmediato me impactó su potencial. Frente a mí estaba un ejemplo de lo que aquí en WaterBrook Press buscamos con mayor ahínco: libros que ofrezcan al creyente estímulo, apoyo y un reto de parte de los autor_ que puedan comunicar «antiguas verdades con nuevos ojos», y que lleven a los lectores a una renovada esperan­za y redención.
Este manuscrito podría darse a conocer sobre la base de sus propios méritos, pero en nuestras sesiones de planificación deci­dimos que su impacto sería muchísimo mayor si le añadíamos la voz de un consejero con experiencia y ampliamente respetado. El candidato perfecto, pensamos, sería Stev Arterburn. Él había trabajado como autor y coautor en treinta y cinco libros, era fundador de una cadena de clínicas de la salud mental llamadas Clínicas Nueva Vida, y además era coanfitrión del programa radial nacional Nueva Vida en Vivo.
Le pedimos a Steve que se uniera al proyecto, y nos alegra­mos cuando dijo que lo haría. (En todo el libro, las contribucio­nes separadas de Steve y de Fred por lo general se mezclaron con un punto de vista de «nosotros», excepto cuando narran situa­ciones específicas que proceden de sus experiencias y anteceden­tes personales.)

Del coautor Steve Arterburn:
Con gran ilusión acepté la proposición de ayudar a darle forma a este libro, porque estoy profundamente convencido de su temá­tica. En la primera llamada telefónica que le hice a Fred, luego de sumergirme en el manuscrito, le dije que estaba seguro de que el libro tenía el potencial de transformar más matrimonios y con más profundidad que cualquier otro libro que hubiera leído.
¿Cómo puede un libro sobre el tema de la sexualidad mas­culina transformar matrimonios? Porque he encontrado que los pecados sexuales son como el comején que habita en las paredes y en el fundamento de los matrimonios modernos. En mi programa radial Nueva Vida, no es poco común recibir todas las semanas varias llamadas de hombres que con desesperación anhelan ser libres de una vida de pensamientos impuros y acciones sexuales impías. Estoy seguro de que muchos otros hombres también lla­marían de no sentirse tan avergonzados.
Pero con toda confianza puedo declarar que el libro que ahora lees, La batalla de cada hombre, posee el potencial de liberar­te para que ames a tu esposa como nunca creíste poder amarla.
Para proteger la identidad de las personas mencionadas en el libro, cambiamos sus nombres y algunos detalles de su historia. Pero estas historias son reales. Son las historias de pastores, líde­res de adoración, diáconos y ancianos. Son las historias de empleados de oficinas y trabajadores de factorías. Todos son personas que se vieron atrapadas en una terrible trampa, como todos estuvimos una vez.
No obstante, ir en pos de la integridad sexual es un tema polémico. Cuando abordo el tema en mi programa radial no fal­tan los ataques, y cuando Fred enseña o habla sobre él, también recibe su porción de «pedradas y flechazos». La gente sofisticada de este mundo, quienes consideran que las normas de Dios son ridículas y restringen, nos han ridiculizado. Y con tales reaccio­nes no tenemos ningún problema, ya que tenemos una preocu­pación mucho mayor: tu bienestar.
Te encuentras en una posición bastante difícil. Vives en un mundo saturado de imágenes sensuales durante las veinticuatro horas del día, y en una variedad de medios de comunicaciones: publicaciones impresas, televisión, videocasetes, intemet... y hasta el teléfono. Pero Dios te ofrece la libertad de la esclavitud del pecado mediante la cruz de Cristo, y creó tus ojos y tu mente con la habilidad de entrenados y controlados. Simplemente tenemos que ponemos en pie y andar en su poder por el camino de la rectitud.
Los hombres necesitan un plan de batalla, y tendrás uno cuando termines de leer La batalla de cada hombre, un plan deta­llado para convertirte en un hombre de integridad sexual. Tam­bién incluimos una guía de estudio y comentarios en la parte posterior del libro para uso personal o con un grupo de hom­bres. Creemos que La batalla de cada hombre es un gran material para usarse en el retiro de caballeros de tu iglesia.
Aunque Fred y yo estaremos hablando desde la perspectiva del hombre casado, La batalla de cada hombre no es solamente para hombres casados. Los principios que describimos también se aplican a muchos adolescentes y hombres jóvenes adultos que deben lidiar con el asunto de la integridad sexual mientras son solteros. Pueden creemos cuando les decimos que el matrimonio no es un rescate automático de la tentación sexual. Por lo tanto, detallamos principios que ayudarán al soltero con la lascivia o con el desarrollo de comportamientos adictivos, y que aumenta­rán sus probabilidades de casarse con la persona apropiada.
Aunque el enfoque de La batalla de cada hombre está dirigido a los hombres, también puede ofrecerles a las mujeres una com­prensión mayor en cuanto a las cosas que los hombres enfrentan al luchar contra el eterno problema de los ojos. Por esta razón, cada una de las seis partes del libro concluye con una sección titulada «Del corazón de una mujer», que se basa en entrevistas que llevamos a cabo con mujeres.

Del coautor Pred Stoeker:
La inmoralidad sexual una vez me mantuvo cautivo, pero luego de liberarme quise ayudar a otros hombres para que también se limpien de este pecado.
Después de enseñar el tema de la pureza sexual masculina en la Escuela Dominical, un caballero se acercó a mí en cierta ocasión y me dijo: «Siempre pensé que como era hombre, nunca podría controlar mis ojos errantes. Yo no sabía que podía haber otro modo. ¡Ahora soy libre!» Conversaciones como estas me llenaron de emoción y confirmaron el deseo que Dios me dio de ayudar a otros hombres para que también salgan de este atolladero.
Muchos de los hombres que se acercaron a mí para contarme sus historias de pecado sexual, me pidieron que escribiera un libro. Al principio lo dejé pasar como un simple elogio. Después de todo, las probabilidades de publicar un libro eran mínimas. Nunca antes había escrito un libro, yo no era el anfitrión de un programa radial con exposición nacional, no tenía un doctorado ni tampoco había estudiado en un seminario.
Entonces, ¿por qué comencé a escribir el libro? Porque en lo profundo de mi ser sentía que si Dios me otorgaba tal exposi­ción en su Reino, podría darle a un mayor número de hombres algunos consejos prácticos para obtener la victoria y ayudarlos a ser libres para que a su vez ayudaran también a otros.
Los siguientes versículos me inspiraron a continuar traba­jando noche tras noche y mes tras mes en este libro:

Ten piedad de mí, oh Dios,
      conforme a tu misericordia;
Conforme a la multitud de tus piedades
      borra mis rebeliones.
Vuélveme el gozo de tu salvación,
      y espíritu noble me sustente.
Entonces enseñaré a los
      transgresores tus caminos,
y los pecadores se convertirán a ti.
      (Salino 51:1,12-13 RV60)

¿Lo captaste? El plan de Dios consiste en liberar a los pecadores y luego usarlos para que enseñen a otros. Dios me ha estado usando de esta manera y confío en que a ti también te usará.
¿Estás ansioso por comenzar? Qué bueno... yo también lo estoy. Necesitamos verdaderos hombres a nuestro alrededor, hombres de honor y decencia, hombres con las manos en el lugar que les corresponde y cuyos ojos y mente estén enfocados en Cristo. Si los ojos errantes o los pensamientos impuros o tal vez las adicciones sexuales son asuntos que tienen que ver con tu vida personal, Steve y yo esperamos que hagas algo al respecto. ¿No crees que ya es hora?



Primera Parte

¿Dónde nos encontramos?

capítulo 1

Nuestras historias

«Pero fornicación y toda inmundicia, o avaricia, ni aun se nom­bre entre vosotros, como conviene a santos» (Efesios 5:3). Si hay un versículo en toda la Biblia que capta la norma divina respecto a la pureza sexual, es este.
Y el mismo exige la siguiente pregunta: En comparación con la norma divina, ¿existe el más mínimo indicio de impureza sexual en tu vida?
Para nosotros dos, la respuesta a esa pregunta era sí.

De Steve: Choque
En 1983, Sandy, mi esposa, y yo celebramos nuestro primer ani­versario. Ese mismo año, y en un día bañado por el sol califor­niano en el cual me sentía excelentemente bien al pensar en nuestra vida y futuro, subí al auto de mis sueños: un Mercedes 450SL de 1973, color blanco y con techo negro. Solo lo poseí durante dos meses.
Me desplacé rumbo norte a través de Malibu con destino a Oxnard, donde me citaron para testificar en un tribunal respec­to a si un hospital debía o no añadir un centro de tratamiento psiquiátrico para los adictos. Siempre me agradó viajar a lo largo de la autopista Costa del Pacífico, o como solían decir los resi­dentes locales: la ACP. Los cuatro carriles cubiertos de brea negra abarcan todo el trayecto de la costa dorada y le brindan al viajero una vista cercana de la cultura playera de Los Ángeles. Bajé la capota del carro y la fresca brisa me golpeó el rostro mientras pensaba que esta hermosa mañana de verano era un buen día para estar vivo.
Ese día no fue mi intención salir a mirar chicas, pero la noté a unas doscientas yardas de distancia, al lado izquierdo de la carretera. Ella venía trotando a lo largo de la acera de la costa. Desde mi asiento de piel en el auto tuve que reconocer que el panorama frente a mis ojos era sobresaliente, hasta de acuerdo con las altas normas de California.
Fijé la vista en aquella rubia con apariencia de diosa mien­tras corría a paso determinado y el sudor le descendía como cas­cada por su bronceado cuerpo. El atuendo de trotar que vestía, si en aquellos tiempos se le podía llamar así, antes de los sostenes deportivos y los pantalones de licra (elastizado), no era otra cosa sino un diminuto biquini. A medida que se acercaba por mi lado izquierdo, dos pequeños triángulos de tela luchaban por mantener los amplios pechos en su lugar.
No podría describirte su rostro, ya que aquella mañana no pude registrar nada de lo que había encima de sus hombros. Mis ojos se saciaron con aquel banquete de reluciente piel que me pasó por el lado izquierdo, seguidos de la ágil silueta que conti­nuaba corriendo en dirección sur. Y cediendo ante un simple instinto lascivo, como hipnotizado por su modo de andar, vol­tee la cabeza tanto como pude, estirando el cuello para captar en mi cámara de vídeo mental cada momento posible.
y de pronto... ¡Buumm!
Es probable que todavía estuviera disfrutando de aquella maravillosa especie de atletismo femenino si mi Mercedes no hubiera chocado con un Chevelle que se detuvo por completo frente a mí en la carretera. Afortunadamente, solo viajaba a veinticinco kilómetros por hora en medio del congestionado tráfico, pero el pequeño choque hundió la defensa delantera de mi auto y destruyó la capota. Y la persona con quien choqué tampoco estaba muy contenta por el daño que le causé a la parte posterior de su auto.
Bajé del auto avergonzado, humillado, saturado de vergüen­za y sin poder ofrecer una explicación satisfactoria. De ninguna manera le diría a este individuo: «Pues si hubieras visto lo que yo estaba viendo me entenderías».

Diez años más en tinieblas
Tampoco podría decirle la verdad a Sandy, mi hermosa esposa. Esa noche expuse mi mejor versión del desafortunado suceso ocurrido aquella mañana en Malibu. «Mira, Sandy, había mucho tráfico, me incliné para cambiar la estación de radio que estaba escuchando y lo próximo que supe era que había chocado con el Chevy. Por suerte no hubo heridos».                             .
Lo cierto es que herí mi joven matrimonio porque estaba robándole a Sandy mi plena devoción, aunque en aquel instante no lo sabía. Ni tampoco me percaté de que, aunque había jura­do comprometer toda mi vida a una relación con Sandy, no comprometí mis ojos del todo.
Durante diez años más permanecí en tinieblas, antes de reconocer que necesitaba hacer cambios dramáticos en la mane­ra de mirar a las mujeres.

De Fred: Paredes de separación
Me sucedía cada domingo por la mañana durante el servicio de adoración de nuestra iglesia. Miraba a mi alrededor y observaba a otros hombres con sus ojos cerrados, adorando libre e intensa­
mente al Dios del universo. ¿Y yo? Solo percibía que entre el . Señor y yo había una pared de separación.
No andaba bien con Dios. Como un nuevo creyente, me imaginé que aún no conocía bien a Dios. Pero el tiempo pasaba y nada cambió.
Cuando le mencioné a Brenda, mi esposa, que vagamente sentía que no era merecedor de Dios, ella no pareció estar muy sorprendida.
«¡Por supuesto que no!», exclamó ella. «Tú nunca te sentiste merecedor de tu propio padre y todos los predicadores que he conocido dicen que la relación de un hombre con su padre impacta de gran manera la relación con su Padre celestial». «Probablemente tengas razón», admití.
Esperaba que fuese así de sencillo. Medité en esto una y otra vez mientras recordaba los días de mi juventud.

¿Qué clase de hombre eres?
Mi padre, un tipo fuerte y bien parecido, fue campeón de lucha libre en la universidad y un perro feroz en los negocios. En mi gran anhelo por ser como él, comencé a luchar en la escuela intermedia. Pero los mejores luchadores son «asesinos por natu­raleza», y yo no poseía el corazón de un luchador.
Mi padre era entrenador de lucha en la escuela superior de nuestro pequeño pueblo de Alburnett, Iowa. Y aunque solo estaba en la escuela intermedia, su deseo era que luchara contra muchachos mayores que yo, por lo tanto, me llevaba a las prác­ticas en la escuela superior.
Cierta tarde estábamos practicando métodos de escape y mi compañero se encontraba en la posición de abajo. Mientras luchábamos en la estera, él sintió deseos de soplar su nariz. Se enderezó, se llevo la camiseta a la nariz y violentamente vació todo su contenido en el frente de la camiseta. Enseguida regre­samos a la lucha. Como el hombre que ocupaba la posición de arriba, yo tenía que mantenerlo fuertemente agarrado. Al aga­rrarlo por la cintura pasé mis manos por su babosa camiseta. Sentí tanto asco que solté el amarre y lo dejé escapar.
Papá, al ver que mi compañero se escapó con tanta facilidad, me puso como un trapo. «¿Qué clase de hombre eres?», rugió. Bajé la cabeza mirando la estera y reconocí que si hubiera tenido el corazón de un luchador, me hubiera esforzado por mantener fuertemente amarrado a mi contrincante y en represalia hasta quizá hundirle el rostro contra la estera, en represalia. Pero no lo hice.
A pesar de todo deseaba complacer a mi padre, así que parti­cipé en otros deportes. En cierto juego de béisbol y después de haberme ponchado, recuerdo que regresé cabizbajo al banco de los jugadores. «jAlza la cabeza!» vociferó para que todos lo oye­ran. Me sentí humillado. Después de este incidente me escribió una larga carta en la que detallaba todos los errores que yo había cometido.
Años más tarde, después de mi matrimonio con Brenda, mi padre pensó que ella tenía demasiado control en nuestro matri­monio. «Los verdaderos hombres ejercen control en sus hoga­res», me dijo.

El monstruo
Ahora, mientras Brenda y yo dialogamos sobre mi relación con mi padre, ella sugirió que podría beneficiarme de un asesoramien­to. «Lo cieno es que no te va a hacer ningún daño», dijo ella.
Así que decidí leer varios libros y escuchar el consejo de mi pastor, y mejoraron los sentimientos hacia mi padre. Pero durante los servicios de adoración dominical seguí sintiéndome distanciado de Dios.
La verdadera razón para tal distanciamiento comenzó a manifestarse poco a poco: En mi vida había indicios de inmora­lidad sexual. A mi alrededor había un monstruo al acecho y todos los domingos por la mañana salía a la superficie cuando me sentaba en mi cómodo sillón y abría el periódico dominical. De inmediato buscaba las hojas sueltas que añaden al periódico y comenzaba a hojear las que procedían de las tiendas por depar­tamentos que estaban llenas de modelos posando en sostenes y bragas. Siempre sonrientes. Siempre disponibles. Disfrutaba el tiempo que pasaba admirando cada anuncio. Está mal, admitía, pero es algo tan insignificante. No es nada en comparación con Playboy, me decía.
Miraba las bragas con detenimiento, dando rienda suelta a mis fantasías. A veces, una de las modelos me hacía recordar a una chica que conocí en el pasado y en mi mente reavivaba los recuerdos de los momentos que disfrutamos juntos. Sin duda alguna disfrutaba el tiempo que pasaba leyendo el periódico dominical.
Al examinarme con mayor detenimiento encontré que en mi vida había mucho más que un indicio de inmoralidad sexual. Hasta mi sentido del humor lo reflejaba. A veces, una inocente frase dicha por una persona, incluso de nuestro pastor, me cho­caba con doble sentido sexual. O me reía entre dientes, aunque me sintiera incómodo.
¿Por qué estos pensamientos de doble sentido vienen a mi mente con tanta facilidad? ¿Debe la mente de un cristiano crearlos con tanta ligereza?
Recordé que la Biblia dice que, tales cosas ni siquiera deben mencionarse entre los santos. ¡Soy peor. .. hasta me río de ellas!
¿Y mis ojos? Eran famélicos buscadores del ardor exploran­do el horizonte, enfocándose en todo lo blanco que poseyera ardor sensual. Madres jóvenes vistiendo pantalones cortos y que se inclinan para sacar a sus hijos del asiento trasero de sus autos. Solistas vistiendo blusas de seda. Escotados vestidos de verano.
Mi mente también corría por doquier con voluntad propia. Esto comenzó durante mi niñez cuando encontré revistas de Playboy debajo de la cama de mi papá. Él también se había sus­crito a la revista «Desde el sexo a los sexentas», una publicación repleta de chistes y caricaturas sobre temas sexuales. Cuando mi papá se divorció de mi mamá y se mudó a su departamento de «soltero», hizo colgar en la sala un gigantesco cuadro de una mujer desnuda, el cual era imposible pasar por alto mientras jugábamos a las barajas durante nuestras visitas de los domingos por la tarde.
Papá me había dejado una lista de quehaceres que debía desempeñar cuando estuviera en su departamento. En cierta ocasión, encontré una foto de su amante desnuda. Otra día encontré un dispositivo de cerámica que medía ocho pulgadas, y que obviamente usaba durante sus pervertidos «juegos sexuales».

Esperanza para el incurable
Todos estos asuntos sexuales se revolvieron en lo más profundo de mi ser, destruyendo la pureza que durante muchos años no me sería devuelta. Al ingresar en la universidad, casi al instante, me vi sumido en un mar de pornografía. Y hasta había memori­zado la fecha en que mis revistas favoritas llegaban a la farmacia local. Especialmente me gustaba la sección titulada «La chica del vecindario» de la revista Galería, en la que se publicaban las fotos que los novios de estas chicas les tomaban.
Lejos de mi hogar y sin apuntalamientos cristianos, descen­dí a través de pequeños pasos hasta un foso sexual. La primera vez que tuve relaciones sexuales fue con una chica con la que yo sabía que me iba a casar. La próxima vez fue con una chica con la que yo pensaba que me iba a casar. Y la próxima fue con una buena amiga, a la que podría aprender a amar. Y después fue con una joven a quien casi no conocía, pero que sencillamente deseaba conocer sobre la relación sexual. A la larga, tuve relacio­nes con cualquiera y en cualquier momento.
Después de cinco años en California, me vi con cuatro novias «fijas» a la vez. Dormía con tres de ellas y en esencia esta­ba comprometido para casarme con dos de las cuatro novias. Ninguna de ellas conocía a las demás. (Hoy en día, en las clases de preparación para el matrimonio que dirijo, con frecuencia les pregunto a las mujeres qué pensarían de un hombre que está comprometido con dos mujeres. Mi respuesta favorita: «¡Es un cerdo incurable!» Y yo era un incurable, viviendo en una pocilga.)
¿Por qué digo todo esto?
      Primero, para que sepan que entiendo lo que significa estar sexualmente atrapado en un profundo foso. Segundo, quiero, darte esperanzas. Y como pronto verás, Dios trabajó conmigo y me sacó de ese foso.
Si en tu vida hay, aunque solo sea un indicio de inmoralidad sexual, Él también trabajará contigo.


capítulo 2
Pagar el precio

De Fred: Saber a quién llamar
A pesar del profundo abismo donde me encontraba durante mis años de soltero, no me percaté de que algo andaba mal en mi vida. Por supuesto, asistía a la iglesia esporádicamente y de vez en cuando las palabras del pastor traspasaban mi duro corazón. Pero, ¿quién era él? Además, yo amaba a mis novias y razonaba: No estoy hiriendo a nadie.
Pasado un tiempo mi padre se volvió a casar y cuando venía de visita a casa, en el estado de Iowa, mi madrastra de vez en cuando me llevaba casi a empujones al Templo del Evangelio localizado al otro lado del río en la ciudad de Moline, estado de Illinios. Allí el evangelio se predicaba con claridad, pero a mi parecer todo aquel panorama era claramente ridículo. A menudo me reía con cinismo y decía: ¡Todos están locos!
Después de graduarme en la Universidad Stanford con altos honores en sociología, decidí aceptar una oferta de empleo en San Francisco como asesor de inversiones. Cierto día primave­ral, durante el mes de mayo, me quedé en la oficina trabajando hasta tarde. Todos se habían marchado a sus hogares dejándome a solas con varios pensamientos perturbadores. Hice girar la silla en la que estaba sentado y coloqué los pies encima del aparador mientras observaba una típica y grandiosa puesta de sol califor­niana.
Aquella tarde, mientras el sol se escondía tras el horizonte, pude de pronto apreciar con toda claridad en lo que me había convertido. Lo que percibí fue algo irremediablemente feo. En el pasado estuve ciego, pero ahora podía ver. Al instante me per­caté de la profunda necesidad que tenía de un Salvador. Y gra­cias al Templo del Evangelio en Moline, sabía a Quién acudir. Aquel día mi oración brotó de la sencillez de un corazón seguro: «Señor, estoy listo para trabajar contigo, si es que tú estás listo para trabajar conmigo».
Me puse de pie y salí de la oficina, sin saber cabalmente lo que acababa de hacer. Pero Dios sí lo sabía y de pronto me pare­ció como si todo el cielo se hubiera trasladado a mi vida. En espacio de dos semanas conseguí empleo en el estado de Iowa, y frente a mí tenía toda una vida. ¡Y sin novias!

Me sentía bien
De regreso en Iowa comencé a participar en una clase de matri­monios que dirigía Joel Budd, pastor asociado de mi nueva igle­sia. Pronto reconocí que no sabía nada en cuanto al trato adecuado a las mujeres. Quizá fue porque mis padres estaban divorciados y nunca tuve en casa el modelo de una relación amorosa. Sin embargo, creo que tal vez fue por causa de mi egoísmo y pecado sexual. Todo lo que conocía sobre las mujeres lo aprendí a través de relaciones sexuales pasajeras y citas amoro­sas casuales.
Durante el transcurso del año bajo las enseñanzas de Joel no salí ni en una sola cita amorosa. ¡Es probable que fuera el único hombre en la historia que participaba en una clase de matrimo­nios sin salir ni una sola vez en una cita! Pero justo antes de cum­plir el término de los doce meses, hice esta sencilla oración: «Señor, he participado en esta clase durante casi un año, y he aprendido mucho sobre las mujeres, pero no estoy seguro de haber presenciado tales cosas en la vida real. En realidad nunca conocí jóvenes cristianas. Por favor, muéstrame una mujer que personifique estas características piadosas».
No estaba pidiendo una cita, ni una novia ni una esposa. Solo deseaba ver esta enseñanza puesta en práctica, en la vida real, y de esa manera entenderla mejor.
Dios hizo mucho más que eso. Una semana más tarde me presentó a Brenda, mi futura esposa, y nos enamoramos.
De acuerdo con nuestro compromiso con Cristo, Brenda y yo decidimos mantenemos puros antes del matrimonio. Ella era virgen y yo deseaba serio. No obstante, sí nos besamos y ¡qué maravilloso! ¡Nuestros choques labiales fueron maravillosos! Esta fue mi primera experiencia con algo que más adelante des­cubriría con mayor profundidad: la remuneración físicamente gratificante que procede de la obediencia a las normas sexuales que Dios estableció.
En una canción que se hizo muy popular durante mi último año universitario, el cantante se lamentaba de no recordar cómo solía ser cuando un beso se consideraba como algo especial. En ese momento de mi vida las letras de la canción resonaron con tristeza en lo más profundo de mi ser, porque para mí un beso no tenía mayor importancia. Era un triste requisito previo al coito. Algo andaba profundamente mal.
Pero ahora, después de negarme durante tanto tiempo, un sencillo beso de Brenda se convirtió de nuevo en algo emocio­nante. Y para un viejo-cerdo-sexual como yo, esto era algo com­pletamente inesperado.
Mientas Dios continuaba obrando en mi vida, Brenda y yo nos casamos, celebramos nuestra luna de miel en el estado de Colorado y nos mudamos a un nuevo edificio de departamentos a orillas de un campo de maíz en un suburbio de la ciudad de Des Moines. ¿Era esto el cielo? Realmente pensaba que sí lo era.
Pasó el tiempo y al principio me sentía muy bien. Mientras que en el pasado estuve comprometido con dos mujeres a la vez, ahora estaba felizmente casado con una. Mientras que en el pasado estuve hundido en un mar de pornografía, no había comprado una sola revista pornográfica desde el día de mi boda. Esto era muy notable, luego de considerar mi trayectoria pasada.

Lejos de la meta
Me involucré de lleno en mi carrera de ventas y en mis puestos de liderazgo en la iglesia. Entonces me convertí en papá. Lo disfruté todo con gran emoción y mi imagen de creyente relucía más y más brillante.
Según las normas del mundo, yo era todo un éxito. Excepto por un pequeño problemita. De acuerdo con las normas de pureza sexual que Dios estableció, ni siquiera me acercaba a la vivencia diaria de lo que era su visión para el matrimonio. Había dado certeros pasos hacia la pureza sexual, pero aprendía que las normas divinas eran mucho más altas de lo que jamás me imagi­né y que las expectativas de mi Padre hacia mí, superaban todos mis sueños.
Pronto reconocí que me hallaba bastante lejos de la meta de santidad que Dios trazó. Todavía me deleitaba en las hojas sueltas donde aparecían modelos semidesnudas, todavía luchaba con pensamientos de doble sentido y las miradas ardientes. Mi mente continuaba soñando despierta y tenía fantasías con antiguas novias. Esto era mucho más que un simple indicio de inmorali­dad sexual.
Estaba pagando el precio y las cuentas se me iban acumu­lando. Primero, no podía mirar a Dios a cara descubierta. Nun­ca podía adorado plenamente. Y como soñaba estar con otras mujeres, y hasta cierto modo disfrutaba el recuerdo de las con­quistas sexuales del pasado, sabía que era un hipócrita y, por lo tanto, continuaba sintiéndome distanciado de Dios.
Las personas a mi alrededor no estaban de acuerdo conmigo y me decían: «¡Vamos, hombre! ¡Por amor al cielo, nadie puede controlar la vista ni la mente! ¡Dios te ama! El problema debe ser otro». Pero yo sabía que no era así.
Mi vida de oración era muy endeble. En cierta ocasión mi hijo se enfermó y tuvimos que correr con él a la sala de urgencia. ¿Me apresuré a orar en ese momento? No. Lo único que pude hacer fue apresurar a otros para que oraran por mí. «¿Llamaste al pastor para que ore?» le pregunté a Brenda. «¿Llamaste a Ron? ¿Llamaste a Red para que ore?» A causa de mi pecado no tenía fe en mis oraciones.
Mi fe también era muy débil en otras esferas. Si como ven­dedor a comisión y ante la competencia perdía varios negocios seguidos, no podía estar seguro de si la causa de tal revés era de alguna manera mi pecado. No tenía paz.
Estaba pagando el precio de mi pecado.
Mi matrimonio también estaba sufriendo. A causa de mi pecado no me podía comprometer con Brenda al ciento por ciento porque temía que en el futuro me dejara. Eso le robó inti­midad a Brenda. Pero eso no era todo. Brenda me confesó que tenía unos sueños pavorosos en los que Satanás la perseguía. ¿Acaso mi inmoralidad privaba a mi esposa de la protección espiritual?
Mi esposa estaba pagando un precio.
En la iglesia no era más que un traje vacío. Acudía allí con una desesperada necesidad de perdón y de que me ministraran. Nunca llegué a la iglesia listo para ministrarles a los demás. Por supuesto, mis oraciones en la iglesia no eran más efectivas que en cualquier otro lugar.
Mi iglesia estaba pagando un precio. .
Recuerdo que escuché un sermón en el que el pastor habló sobre el «pecado generacional», los patrones de pecado que heredan los hijos de sus padres (Éxodo 34:7). Y mientras estaba sentado en el banco de la iglesia recordé que durante la Gran Depresión mi abuelo dejó sola a su esposa criando a sus seis hijos. Mi padre dejó a su familia para involucrarse en múltiples relaciones sexuales. Y ese mismo patrón lo heredé yo, de lo cual di evidencia al involucrarme en múltiples relaciones en la uni­versidad. Y aunque salvo, reconocí ahora que aún no había solu­cionado este asunto de la pureza en mi vida, y me amedrentaba pensar que le traspasara a mis hijos el mismo patrón.
Mis hijos podrían pagar un precio.
Finalmente logré establecer la relación que existía entre mi inmoralidad sexual y mi distanciamiento con Dios. Esta­ba pagando enormes penalidades en cada esfera de mi vida. Al eliminar los adulterios y la pornografía visible, ante todos tenía una apariencia pura pero ante Dios, estaba muy lejos de la meta. Sencillamente había encontrado un nivel medio entre el paganis­mo y la obediencia a las normas establecidas por Dios.

Desesperación
Dios deseaba mejores cosas para mí. Me había librado del foso, pero dejé de moverme hacia Él. Después de ver los precios que estaba pagando y cuán distante estaba de Dios, decidí que había llegado el momento de acercarme más a Él.
Pensé que el peregrinaje sería fácil. Después de todo, había decidido eliminar la pornografía y las aventuras amorosas, y ya ninguna de estas existía. Pensé que con esa misma facilidad aca­baría con el resto de esta basura sexual.
Pero no pude. Todas las semanas me decía que no debía mirar las publicaciones insertadas, pero todos los domingos por la mañana me seducían las notables fotos. Todas las semanas me juraba que durante los viajes de negocios evitaría mirar las pelí­culas con contenido sexual, clasificadas- R (para personas mayo­res de dieciocho años), pero todas las semanas fallaba a mi pro­mesa, me enfrascaba en fuertes luchas y siempre perdía. Cada vez que en la calle veía a una llamativa corredora, me prometía no volverlo a hacer. Pero siempre lo hacía.
Lo que había hecho era simplemente intercambiar la porno­grafía de revistas como Playboy y Gallery, por la pornografía de los anuncios en las hojas sueltas de los periódicos y demás revis­tas. ¿Y las aventuras amorosas? Simplemente intercambié las relaciones amorosas físicas por relaciones y fantasías mentales, relaciones amorosas de los ojos y del corazón. El pecado perma­neció porque en realidad nunca cambié, nunca rechacé el peca­do sexual y nunca escapé de la esclavitud sexual. Simplemente hice un intercambio de amos.
Pasaron dos meses y luego dos años. La distancia entre Dios y yo se hizo cada vez mayor, aumentaron las cuentas por pagar y mi impureza continuó gobernándome. Con cada fracaso mi fe menguó un poco más. Cada pérdida desesperante causó en mí mayor desesperación. Y aunque siempre podía decir que no, nunca fue un no rotundo.
Algo me tenía apresado, algo que rehusaba soltar, algo maligno. Al igual que Steve, finalmente encontré plena libertad. y desde entonces, Steve y yo hemos tenido la oportunidad de hablar con hombres que se encuentran atrapados en fosos de sensualidad. Atrapados y desesperados por ser libres, sus historias conmueven el corazón. Luego de conocer mi historia, quizá te puedas identificar con los hombres de las próximas páginas.

capítulo 3
¿Adicción o algo más?

Antes de experimentar la victoria del pecado sexual, los hom­bres se sienten doloridos y confundidos. ¿Por qué no puedo ven­cer esto?, piensan. Y según continúa la batalla y se acumulan las derrotas comenzamos a dudado todo respecto a nosotros mis­mos, inclusive nuestra salvación. En el mejor de los casos pensa­mos que estamos profundamente dañados y en el peor de los casos, que somos profundamente malvados. Nos sentimos muy solos, ya que como hombres no hablamos mucho sobre estos asuntos.
Pero no estamos solos. Son muchos los hombres que han caído en sus propios fosos sexuales.

De Fred: ¿Te das cuenta?
Estas caídas ocurren con gran facilidad, ya que gran parte de la inmoralidad sexual en nuestra cultura es tan sutil, que a veces no la reconocemos como lo que en realidad es.
Cierto día un compañero llamado Mike me habló de alqui­lar en vídeo la película Forrest Gump. «¡Hombre, es una gran película!», exclamó. «La actuación de Tom Hanks fue brillante. Desde el principio hasta el final me lo pasé llorando y riéndome. Yo sé que tú y Brenda alquilan buenas películas para tus hijos. Deberían alquilar esta. Es una película buena y sana».
      «No. No traeremos Forrest Gump a la sala de nuestra casa», le respondí.
      Sorprendido ante mi reacción, Mike preguntó: «¿Pero por qué? ¡Es una gran película!»
            «Bien, ¿recuerdas al principio de la película esa escena en la que Salir Field tiene relaciones sexuales con el director para lograr que su hijo se matriculara en la "escuela correcta?"» «Aahhh. . . »
«¿Y qué de los senos desnudos en la fiesta de fin de año? ¿Y la actuación del guitarrista desnudo? y al final de la película, cuan­do finalmente Forrest "atrapó" a la chica en la escena de relación sexual, y ella concibió un hijo fuera del matrimonio. ¡Esas no son las clases de cosas que deseo mostrarles a mis hijos!»
Mike se dejó caer en una silla. «Creo que hace tanto tiempo que he estado viendo películas, que ni siquiera noté tales cosas».
¿Te das cuenta? Piensa en esto. Imagínate que dejas a tus hijos en casa de los abuelos durante el fin de semana y decides mirar Forrest Gump junto con tu esposa. Alquilas el vídeo, pre­paras una bolsa de palomitas de maíz, te acurrucas al lado de ella y echas a correr la película. Después de muchas risas y sollozos, ambos deciden que Forrest Gump fue una gran película.
Pero lo que recibiste de la película fue mucho más que un entretenimiento, ¿no crees? ¿Recuerdas los gruñidos y los jadeos entre Salir Field y el director de la escuela? Yen la próxima esce­na cuando Salir Field apareció en pantalla, ¿le echaste un rápido vistazo de arriba abajo y te preguntaste cómo sería estar con ella debajo de las sábanas? Mientras lo estás pensando tienes el brazo alrededor de tu esposa. Y luego, cuando ambos se retiran a la alcoba para un poco de «acción» entre esposos, reemplazas el rostro de tu esposa por el de Salir Field, y te preguntas por qué razón no podría ella hacerte gruñir y jadear igual que al director.
«¡Por favor!», replicas. «Ese tipo de cosa ocurre todo el tiempo». Quizá tengas razón, pero escucha las inquietantes palabras de Jesús: «Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón» (Mateo 5:28).
A la luz de las Escrituras, cosas insignificantes como objetar respecto a Forrest Gump, tal vez no sean pequeños entrometi­mientos legalistas como a veces pensamos. Tales influencias suti­les, añadidas a lo largo del tiempo a cientos de otras «pequeñeces», presentan mucho más que un mero indicio de inmoralidad sexual en nuestra vida. Y muy pronto, el efecto deja de ser tan sutil y divertido.

Luchas por doquier
Permítannos contarles algunas historias.
Thad se está recuperando de la adicción a las drogas en un ministerio local cristiano. «Me he esforzado en arreglar mi vida», nos dijo. «En el centro de rehabilitación aprendí mucho sobre mí mismo y sobre mi adicción a las drogas. Eso es lo que espera­ba y por esa razón fui allá. Pero descubrí algo nuevo e inespera­do: tengo problemas con la lascivia y la impureza.
»Quiero ser libre, pero me estoy llenando de frustración y enojo en contra de la iglesia. La Biblia dice que las mujeres deben vestir modestamente, pero no lo hacen. Las cantantes siempre visten lo último, lo más ajustado en las modas. Las miro y todo lo que veo son curvas y piernas. ¿Observaste la que siem­pre se viste con una abertura que le sube hasta la parte superior del muslo? Ese muslo relampaguea con cada paso que da. ¡Me llena de ira! ¿Por qué lo hacen más difícil para nosotros?»
Howard, un maestro de la Escuela Dominical, describió un suceso que cambió su vida mientras estaba en la escuela inter­media. «Me dirigía a casa cuando Billy y yo nos detuvimos en la tienda para comprar algo de tomar. En realidad Billy no era de mi agrado, pero sentía lástima por él. No tenía muchos amigos y se esforzaba mucho tratando de ganar algunos amigos. De camino a la tienda me habló de algo llamado masturbación. Nunca antes había escuchado esa palabra y él me explicó de qué se trataba. Me dijo que todos los chicos la experimentaban.
»No dejé de pensar en lo que me dijo y esa noche decidí experimentar. ¡Ya pasaron quince años y no paso más de una semana sin masturbarme!
»Siempre pensé que el matrimonio quitaría el deseo, pero no ha sido mejor y me siento muy avergonzado. No tanto por el acto mismo, sino por las cosas en las que pienso y las películas que veo mientras lo hago. que es adulterio».
Joe nos contó que le encanta el voleibol playero femenino. «Durante las noches tengo sueños sorprendentemente gráficos con esas mujeres», nos confió. «Algunos de estos sueños son tan excitantes y reales que al otro día me despierto seguro de haber estad9 en la cama con ellas. Agobiado por la culpa comienzo a preguntarme dónde está mi esposa, seguro de que me ha dejado por causa de esta aventura amorosa y preocupado pensando cómo pude hacer tal cosa. Por último, al ir aclarándose mi mente, lentamente vuelvo a reconocer que era solo un sueño. Pero aun así me siento incómodo. ¿Quieres saber por qué? Porque aunque sepa que solo fue un sueño, no estoy tan seguro de que no fuera un tipo de adulterio».
Wally, un hombre de negocios y frecuente viajero, nos dijo que le tiene pavor a los hoteles. «Siempre disfruto de una cena larga y sin prisa», nos dice él, «dilato la hora de regresar a mi habitación porque sé lo que me espera. No pasa mucho tiempo antes de verme con el control remoto del televisor en mi mano. Me digo que solo será por un breve minuto, pero sé que miento. Sé lo que realmente deseo. Espero captar alguna escena sexual breve, o dos, mientras cambio los canales. Me digo que solo miraré durante un breve instante o que detendré todo antes de que me emocione demasiado. Entonces se enciende mi motor interno y aumenta el deseo por ver más, hasta el punto de a veces encender el canal pornográfico.
»El nivel de revoluciones por minuto es tan elevado que debo hacer algo, o siento como si fuera a explotar el motor. Así que me masturbo. En pocas ocasiones batallo en contra de tales deseos, pero si lo hago, después que apago las luces me inundan pensamientos y deseos lascivos. Abro mis ojos y miro hacia el techo. No veo nada, pero literalmente siento el bombardeo, el palpitante deseo. No puedo conciliar el sueño, yeso me está matando. Entonces digo: "Está bien, si me masturbo, estaré en paz y finalmente podré dormirme". Entonces lo hago, y ¿sabes una cosa? la culpa es tan abrumadora que todavía no me puedo dormir. Por la mañana me levanto completamente exhausto.
»¿Qué me pasa? ¿Tienen otros hombres este mismo problema? La realidad es que temo preguntar. ¿Y qué si no todos son como yo? ¿Qué se podría entonces decir de mí? Peor aun, ¿qué tal si todos fueran como yo? ¿Qué se podría decir entonces de la iglesia?»
Todos los días John se levanta muy temprano para ver los programas de ejercicio matutino, aunque en realidad su estado físico no le interesa mucho. «Lo cierto es», dijo John, «que me siento casi obligado a mirar las imágenes en primer plano de las nalgas, los senos y especialmente la parte interior de los muslos y codicio, codicio y codicio lascivamente. A veces me pregunto si los productores que muestran tales imágenes de cerca, solo están tratando de "enganchar" a los hombres para que vean sus pro­gramas.
»Todos los días me digo que esta será la última vez. Pero al amanecer del siguiente día, de nuevo me encuentro frente al televisor».
Estos hombres no son extraños, sino tus vecinos, tus compañe­ros de trabajo... hasta tus parientes. Ellos son lo que tú eres. Son los maestros de la Escuela Dominical, los ujieres y los diáconos. Ni siquiera los pastores son inmunes. Un joven pastor nos deta­lló entre lágrimas su ministerio y gran deseo por servir al Señor, y de una manera profundamente conmovedora expresó la devo­ción que sentía en cuanto a su llamado. Pero sus lágrimas se con­virtieron en desgarradores sollozos al mencionar su esclavitud a la pornografía. Su espíritu estaba presto, pero su carne era débil.

Dar vueltas en los ciclos
¿Y qué podemos decir de ti? Tal vez sea cierto que cuando tú y una mujer llegan a una puerta simultáneamente esperas para dejarla entrar primero, pero no motivado por el honor. Quieres seguirla mientras sube las escaleras y mirarla de arriba abajo. Entre las citas quizá manejes tu auto alquilado por el estaciona­miento de un gimnasio local mirando a las mujeres ligeramente vestidas que entran y salen del establecimiento mientras das rienda suelta a la lascivia, las fantasías y tal vez hasta te masturbes dentro del auto. Es posible que no puedas mantenerte alejado de la Sexta Avenida donde las prostitutas ejercen sus oficios. Por supuesto, jamás emplearías a una de ellas. O quizá en tu casa nunca compres la revista Playboy, pero cuando estás en un viaje de negocios no puedes evitar hacerla.
Sigues enseñando en la Escuela Dominical, sigues cantando en el coro y sigues apoyando a tu familia. Eres fiel a tu esposa. . . bueno, por lo menos no te has involucrado en una verdadera relación física. Estás prosperando, vives en una linda residencia con buenos autos, buena ropa y un gran futuro por delante. Piensas: Todos me ven como un modelo. Estoy bien.
En privado, sin embargo, tu conciencia se oscurece hasta que casi no puedes distinguir entre el bien y el mal y miras las cosas como la película Forrest Gump sin notar la sexualidad. Te ahogas en la prisión sexual que tú construiste, preguntándote a dónde fueron a parar las promesas de Dios. Año tras año das vueltas en los mismos ciclos pecaminosos.
      Y la adoración te causa molestia. El tiempo de oración. El distanciamiento, siempre el distanciamiento de Dios.
      Mientras tanto, tu pecado sexual permanece tan constante como las manecillas de un reloj.
Rick, por ejemplo, camina por los pasillos a la hora de la merienda solo para echar un vistazo a través de las puertas de cristal de la otra oficina, en la que una secretaria con grandes senos atiende las llamadas telefónicas y recibe a los clientes. «Todos los días a las 9:30 la saludo y ella me sonríe», dice él pen­sativo. «Es hermosa, y su ropa... pues digamos que realmente realza sus mejores cualidades. No conozco su nombre, pero has­ta me deprimo cuando se ausenta del trabajo».
De manera similar, Sid se apresura por llegar a casa todos los días a las 4:00 p.m. durante la temporada del verano. Esa es la hora en que su vecina Ángela toma baños de sol en el patio, frente a su ventana. «A las cuatro de la tarde se acuesta vistiendo su biquini, y ni siquiera sabe que la puedo ver. Puedo mirar y deleitarme hasta el máximo. Es tan sensual que casi no puedo contenerme y me masturbo todos los días al veda».

Toma esta prueba
¿Son adictos estos hombres? Los fuertes y compulsivos deseos sexuales son en realidad una evidencia convincente.
Aquí hay una pequeña prueba que puedes tomar. No nece­sitas un lápiz; lo único que necesitas es ser sincero contigo mis­mo. Contesta «sí o no» a las siguientes preguntas:
1. ¿Te concentras fijamente cuando una mujer atractiva se acerca a ti?
2. ¿Te masturbas imaginando a otras mujeres?
3. ¿Consideras que tu esposa es menos que satisfactoria sexualmente?
4. ¿Albergas algún resentimiento en contra de tu esposa, un resentimiento que te da un sentido de derecho?
5. ¿Buscas en las revistas o periódicos los artículos o fotos que te sean sexualmente estimulantes?
6. ¿Tienes un lugar o compartimiento secreto que mantie­nes escondido de tu esposa?
7. ¿Anhelas con ansiedad salir en viajes de negocio?
8. ¿Tienen comportamientos que no puedes comentar con tu esposa?
9. ¿Visitas con frecuencia sitios pornográficos en internet?
10. ¿Ves películas clasificadas R (para mayores de dieciocho años), videos sensuales o el Canal VH1 en busca de gra­tificación?
Si respondiste afirmativamente a cualquiera de estas pre­guntas, estás al acecho de la puerta que lleva hacia la adicción sexual. Te encuentras dentro de dicha puerta si respondes afir­mativamente a las siguientes preguntas:
1. ¿En tu casa o mientras te encuentras de viaje miras canales de televisión por pagar que son explícitamente sexuales?
2. ¿Compras pornografía a través de internet?
3. ¿Alquilas películas para adultos?
4. ¿Miras mujeres que bailan desnudas?
5. ¿Llamas a los números 900 en busca de excitación sexual por teléfono?
6. ¿Te gusta espiar a mujeres desnudas?
Si respondiste afirmativamente a las últimas seis preguntas, es muy probable que seas un adicto sexual. Cuando en Tito 2:3 se nos exhorta para que no seamos «esclavos del vino», la palabra griega que se usa para «esclavos» significa uno que es llevado cautivo como un esclavo. Si crees que eres esclavo de tus pasio­nes sexuales, entonces necesitas buscar ayuda para tu adicción dialogando con un consejero o terapeuta. (Puedes llamar gratis all-800-NEW-LIFE (639-5433) y solicita las opciones de trata­miento. Una de estas opciones es un programa para adictos sexua­les llamado el New Liberty Program [Nuevo Programa Libertad].

De Steve: ¿Fuerte apetito o adicción?
Antes de continuar, quiero aclarar que es fácil confundir la con­ducta y el deseo sexual normal con la compulsión y la gratifica­ción adictivas. Una persona puede tener un apetito sexual mayor de lo normal y no ser un adicto.
En mi libro Addicted to «Lo ve» [Adictos al «amor»], escribí sobre las características de la adicción sexual. A continuación aparece un resumen de estas características. Lee la lista para ayu­darte a distinguir entre la adicción sexual y el apetito sexual que es más fuerte de lo que se considera normal:
  • La actividad sexual adictiva se hace en aislamiento y carece de toda relación. Esto no significa que se tenga que hacer mientras se encuentra físicamente solo. Más bien quiere decir que el adicto se encuentra mental y emocionalmen­te separado o aislado de la relación y el contacto humanos. La adicción sexual tiene que ver con el acto sexual por sí solo. Es la actividad sexual separada de la auténtica interac­ción de las personas. Esto se hace más claro en relación con la fantasía, la pornografía y la masturbación, pero aun cuan­do el individuo tiene relaciones sexuales con su pareja, esta en realidad no es una «persona», sino un número cualquie­ra, una parte intercambiable en un proceso impersonal, casi mecánico. El más íntimo y personal de los comportamien­tos humanos se vuelve absolutamente impersonal.
  • La actividad sexual adictiva es reservada. En realidad, el adicto sexual desarrolla una vida doble, practicando la masturbación, frecuentando las tiendas de pornografía y salones de masajes, mientras esconde lo que hace ante los demás y, en cierto modo, hasta de sí mismo.
  • La actividad sexual adictiva carece de intimidad. El adicto sexual es totalmente egocéntrico y no puede lograr la inti­midad genuina porque la obsesión que tiene con sus pro­pias necesidades no deja lugar para darle a los demás.
  • La actividad sexual adictiva produce víctimas. La obsesión abrumadora de la gratificación de sus propios deseos cie­ga al adicto y le impide ver el efecto perjudicial que su comportamiento tiene sobre los demás y sobre sí mismo.
  • La actividad sexual adictiva termina en insatisfacción. Cuando las parejas casadas hacen el amor se sienten satis­fechas de haber tenido esa experiencia. La actividad sexual adictiva deja a los participantes con una sensación de cul­pa, lamentando la experiencia. En vez de 5er un acto que les produzca satisfacción, los hace sentirse más vacíos.
  • La actividad sexual adictiva se usa para escapar del dolor y de los problemas. La naturaleza escapista del adicto, a menu­do es uno de los indicadores más claros de que la adicción está presente.
Como cualquier otra adicción, la adicción sexual es progresiva. Tal y como alguien lo describió, es como el «pie de atleta mental». Nunca desaparece. Siempre pide que lo rasquen, prometiendo ali­vio. Rascado, sin embargo, causa dolor e intensifica el picor.

De Fred: Un rayo
Tener «un pie de atleta mental» era precisamente como yo me sentía. Recuerdo con claridad las luchas internas entre las con­secuencias de mi pecado y el placer. Recuerdo cuando por último esas consecuencias llegaron al punto en que el placer del pecado ya no valía la pena.
Pero, ¿calificaba yo como «adicto»?
      Cuando leí la descripción de un autor sobre un ciclo de adicción de cuatro pasos -preocupación, ritualización, con­ducta sexual compulsiva y desesperación- supe que yo había vivido ese patrón. Estaba seguro de que lo había experimentado y lo que estos otros hombres habían vivido, era adicción.
      Pero un rayo me golpeó cuando el autor bosquejó los tres niveles de adicción (no olvides que este no era un libro cristiano):
Primer nivel: Contiene comportamientos que se consideran normales, aceptables o tolerables. Entre los ejemplos está la masturbación, el homosexualismo y la prostitución.
Segundo nivel: Conductas que son claramente abusivas y para las cuales se imponen las sanciones legales. Por lo general se consideran como fastidiosas ofensas, tales como el exhibicionismo o el voyerismo.
Tercer nivel: Comportamientos que conllevan graves con­secuencias para las víctimas y consecuencias legales para los adictos, tales como el incesto, el abuso sexual infantil y la violación.
¿Leíste la lista con detenimiento? ¿Notaste que los ejem­plos del Primer nivel no solo incluyen la masturbación, que la mayoría de los hombres a veces practican, sino también el homosexualismo y la prostitución? Estaríamos dispuestos a apostar que la mayoría de los hombres que están leyendo este libro no participan en actos homosexuales ni usan prostitutas. De acuerdo con la definición antes mencionada es posible que después de todo no seamos adictos.
Pero si no somos adictos, ¿entonces qué somos?

De Steve: «Adicción fraccionaria»
Antes de contestar esta pregunta, vamos a meditar nuevamente en estos «tres niveles de adicción» tal y como se describieron anteriormente. Desde nuestra perspectiva cristiana vamos a inser­tar otro nivel al final de la escala de adicción. Si catalogamos el ser completamente puro y santo en el nivel cero, la mayoría de los hombres cristianos que conocemos se podría colocar en algún sitio entre el Nivel O y el Nivel l.
Si eres uno de los muchos hombres que se encuentran en esta esfera, es probable que de ningún modo sería provechoso catalogarte como un «adicto» o insinuar que la victoria requerirá varios años de terapia. Por el contrario, la victoria se puede medir en términos de semanas y esto lo describiremos posterior­mente.
Tus comportamientos «adictivos» no están arraigados en un profundo, oscuro y nebuloso laberinto mental como sucede en los Niveles l, 2 Y 3. Por el contrario, están basados en un elevado sentir que produce el placer (como el efecto de una droga). Al exponerse a imágenes sexuales, los hombres reciben una dosis química que los eleva, una hormona llamada epineftina se segrega a la corriente sanguínea encerrando en la memoria cualquier estímulo que este presente al momento de la excitación emocio­nal. He asesorado a hombres que se estimularon emocional y sexualmente solo al tener pensamientos de actividad sexual. Un individuo que firmemente decide ir a comprar en su tienda local una revista pornográfica, experimenta un estímulo sexual mucho antes de entrar a la tienda. El estímulo comenzó durante el proceso de pensar, lo cual activó el sistema nervioso que segre­gó la epineftina en la corriente sanguínea.
Basado en mi experiencia como asesor, creo que a menudo es cierto que estos hombres viven en el Nivel l, o peor aun, tienen profundos problemas psicológicos que les tomará años solucio­nar. Pero son relativamente pocos los hombres que viven ahí. Nuestro argumento es que la gran mayoría de los hombres que se encuentran atascados en el fango del pecado sexual, viven entre el Nivel O y el Nivel 1. A estos les podemos llamar una «adicción fraccionaria», ya que eso representa vivir a cierto nivel que es una fracción entre el O y el l. Si somos adictos fracciona­rios es seguro que experimentamos atracciones adictivas, pero no nos vemos obligados a actuar para tranquilizar el dolor. Nos sentimos fuertemente atraídos por la dosis química que nos ele­va y por la gratificación sexual que produce.
Otra manera de considerar el alcance del problema es ima­ginamos una curva en forma de campana. De acuerdo con nuestra experiencia calculamos que alrededor del 10% de los hombres no tienen ningún problema sexual-tentación con sus ojos y mentes. Al otro lado de la curva calculamos que hay otro 10% de hombres que son adictos sexuales y tienen un serio pro­blema con la lascivia. Los sucesos emocionales los dejaron tan golpeados y marcados que simplemente no pueden conquistar este pecado en sus vidas. Necesitan más asesoramiento y una limpieza transformadora por medio de la Palabra. El resto de nosotros estamos comprendidos en medio del 80% viviendo en varios tonos de color gris en cuanto al pecado sexual se refiere.

En pos de la fruta prohibida
Tal y como lo describí anteriormente, viví en esta esfera de la adicción fraccionaria durante la primera década de mi matrimo­nio, así como durante la adolescencia y los años de universidad. Mi interés en el cuerpo femenino se formó a la edad de cuatro y cinco años durante las visitas al taller de mi abuelo en Ranger, Texas. Me encantaba visitar aquel viejo taller y caminar entre los tornos y prensas donde mi abuelo hacía herramientas que se usaban para reparar las tuberías rotas en los pozos de petróleo. Las paredes de su oficina estaban adornadas con carteles de mujeres desnudas, y yo no podía dejar de mirar con asombro esos voluptuosos cuerpos.
Al ir creciendo consideraba a las mujeres más como objetos que como personas con sentimientos. Para mí la pornografía se convirtió en una tentación hacia el amor prohibido. Muchas jovencitas con las que salí en citas amorosas durante los años de escuela secundaria y universidad eran puras sexualmente y así permanecieron durante el tiempo en que nos relacionamos, pero yo siempre estaba manipulando y confabulando, yendo tras lo que era prohibido.
Más tarde probé la fruta prohibida, al ingresar a un período de promiscuidad en mi vida. Cuando por fin tuve relaciones sexuales prematrimoniales, experimenté un sentido de control y pertenencia, como si las jovencitas me pertenecieran. Ellas eran los objetos de mi gratificación, al igual que las fotos que colga­ban en las paredes del taller de mi abuelo.

Secretos
Cuando conocí a Sandy, hicimos el compromiso de no tener relaciones sexuales antes del matrimonio, y no las tuvimos. Sin embargo, no le conté mi pasado ni tampoco le revelé todos los compartimientos secretos llamados «Relaciones pasadas y pro­miscuidad». Como resultado, arrastré mi pasado a mi vida matrimonial, lo cual produjo problemas, de la misma forma que ella también arrastró sus problemas a nuestra unión matrimo­nial. Poco faltó para que nuestro matrimonio no sobreviviera los primeros años tumultuosos.
Durante esa tenebrosa temporada, mientras más enojo sen­tía en contra de Sandy, más lascivos eran mis pensamientos. Comencé a vivir en un mundo secreto de gratificación, el cual se forjó mirando a otras mujeres hermosas, ya fuera que se encon­traran en revistas de modas o en revistas exclusivas para mujeres. Al recordar el pasado, entiendo por qué tales imágenes causaron una ruptura en la relación que había entre nosotros. Pero yo estaba completamente ajeno al hecho de que estaba haciéndole daño a mi matrimonio. Después de todo, no tenía relaciones sexuales con nadie más, excepto con ella. No estaba recibiendo masajes en todo el cuerpo, en las deterioradas partes de la ciu­dad, ni me estaba masturbando ante las fotos de modelos semidesnudas. Pero lo que sí estaba haciendo era, introduciendo a mi vida matrimonial algo que no debía. Me sentí con el dere­cho de seguir viviendo en este mundo secreto donde experimen­taba pequeñas dosis de gratificación al mirar los cuerpos de her­mosas mujeres. Y eso dañaba mi matrimonio.
Lo que yo, junto con Fred, necesitaba hacer era entrenar los ojos y la mente para comportarme bien. Necesitaba alinear mis ojos y mi mente con la Palabra y evitar todo indicio de inmorali­dad sexual.
No obstante, antes de involucrarnos en un plan de acción para realinear nuestros ojos y mentes, necesitamos hablar un poco más sobre las raíces del yugo sexual. ¿Por qué hay tantos hombres cristianos que no pueden escapar del pecado sexual? En el siguiente capítulo estaremos explorando la razón de este dilema.

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Del corazón de una mujer
(La impureza sexual masculina podría ser un tanto perturbadora y chocante para las mujeres, y es por eso que estamos incluyen­do secciones de entrevistas que llevamos a cabo con las mujeres respecto a La batalla de cada hombre.)
Cuando le pidieron a Deena que compartiera su reacción ante la premisa de este libro, respondió: «¡Todo esto es una locu­ra! ¡Las mujeres no tenemos tales problemas!»
Fawn decidió que los hombres y las mujeres son tan diferen­tes en su alambrado sexual, que resulta imposible entenderlo. «Para mí fue una gran sorpresa saber que los hombres cristianos tienen este problema incluso después de casados», dijo ella. «La intensidad del problema me resultó chocante».
Cathy dijo: «No sabía la profundidad a la que los hombres podrían descender ni el riesgo que estarían dispuestos a tomar con tal de satisfacer sus deseos. No estaba al tanto de cuán inten­sas son estas tentaciones ni de toda la defensa que debe reunir un hombre para evitar cruzar los límites que Dios estableció».
Andrea dijo que luego de tener conversaciones con su padre y con los diferentes amigos con quienes salía, supo que los hom­bres quedan atraídos por la vista con mucha facilidad. Pero nun­ca reconoció la seriedad de este problema hasta que conoció a su futuro esposo. «En aquel entonces, él era mi amigo más cer­cano en el grupo de los jóvenes, pero no estábamos romántica­mente involucrados», dijo Andrea. «Él se sintió cómodo conmigo para contarme el problema que tenía con la pornografía. Para él esta era una lucha increíblemente ardua, ya que fue expuesto a ella en el tercer grado de la escuela primaria. Me sentía un poco asombrada ante toda esta situación. Aunque de soltera me atraían otros chicos por su apariencia, la atracción física que sentía no tenía comparación con lo que un hombre siente cuan­do mira a una mujer».
Brenda, la esposa de Fred, también participó en estas entre­vistas. Ella resumió lo que es la típica respuesta femenina: «No quiero parecer una persona muy exigente, pero lo cierto es que debido a que por lo general las mujeres no experimentan este problema, nos parece que algunos hombres son pervertidos incontrolables que no piensan en otra cosa aparte de las relacio­nes sexuales. Saber que hasta los pastores y los diáconos podrían tener este problema, afecta mi nivel de confianza en los hom­bres. No me agrada que de una manera lasciva los hombres tomen ventaja de las mujeres en sus pensamientos, aunque reconozco que gran parte de la culpa la tienen las mujeres por la manera de vestirse. Por lo menos me causa cierto consuelo saber que son muchos los hombres que tienen este problema. y ya que la mayoría de ellos están afectados, no podemos en reali­dad decir que son unos pervertidos».
(iVaya! Muchas gracias, Brenda. En realidad expresaste un punto muy importante que abre el paso a pensamientos adi­cionales desde una perspectiva masculina. Nosotros los hombres entendemos el asombro de ustedes. Después de todo, a menudo nos sentimos abrumados en el área sexual, y también lo detesta­mos. Es por eso que deseamos misericordia, aunque sabemos que no la merecemos. ¿Cuánta misericordia podría encontrarse en el corazón de una mujer cuando se detiene a considerar este problema? Como es lógico, esto depende de la situación de su esposo.)
En el corazón de las mujeres existe una lucha natural entre la compasión y la aversión, entre la misericordia y el juicio.
Ellen dijo: «Después de escuchar esto, me sorprendió saber que los hombres casados enfrentan tantos problemas. Me dan mucha lástima. Cuando le pregunté a mi esposo sobre esto, fue sincero conmigo al mencionar que tenía ciertas luchas, y al prin­cipio me sentí herida. Después le agradecí habérmelo dicho. Él no ha tenido un serio problema en este aspecto, de lo cual estoy agradecida».
Cathy también se inclina hacia la misericordia. «Las imágenes sensuales constantemente bombardean a mi esposo y me sentí complacida con su sinceridad al respecto», dijo ella. «Quiero conocer cuáles son las tentaciones que él enfrenta. Esto me ayu­dará a tener más compasión con su difícil situación. No me sentí traicionada porque él ha probado ser fiel en medio de esta lucha. Otras mujeres no son tan dichosas».
¿Y qué de las mujeres cuyos esposos han estado perdiendo dicha batalla en forma considerable?
«Cuando mi esposo y yo dialogamos sobre el tema, él fue sincero conmigo», nos dijo Deena, «y me enojé muchísimo con él. Estaba herida. Me sentí profundamente traicionada porque había hecho dietas y ejercicios con tal de no engordar y verme siempre hermosa para él. No podía entender por qué necesitaba mirar a otras mujeres».
Las mujeres nos explicaron que luchan entre la compasión y el enojo, y que sus sentimientos pueden subir y bajar junto con la marea de la lucha que enfrentan sus esposos. A las mujeres que leen este libro queremos darles el siguiente consejo: Aunque saben que deben orar por él y satisfacerlo sexualmente, en oca­siones no querrás hacerlo. Hablen el uno con el otro abierta y francamente y entonces hagan lo adecuado.


Segunda Parte
¿Cómo llegamos hasta aquí?


Capítulo 4
Mezcla de normas

Para la mayoría de nosotros vernos atrapados en el pecado sexual ocurre de manera tan fácil y natural, como lo es resbalarse en un bloque de hielo. ¿Por qué?
Como veremos más adelante, nuestra masculinidad nos ofrece una vulnerabilidad natural hacia el pecado sexual. Pero por el momento vamos a explorar cómo el inconstante corazón humano también nos hace ser vulnerables.
Tal vez tuviste la esperanza de que algún día serías libre del pecado sexual y esperas dejarlo atrás de la misma forma natural en que te involucraste en él, algo así como dejar atrás la etapa del acné juvenil. Quizá esperaste que con la llegada de cada cumpleaños ocurriera una limpieza de tu impureza sexual. Eso nunca sucedió. Después pensaste que por medio del matrimo­nio te librarías naturalmente de tal yugo. Pero, como nos ha ocurrido a muchos, eso tampoco sucedió.

De Fred: confianza equivocada
Cuando Mark se matriculó en mi clase prematrimonial, me dijo: «Todo el problema de la impureza ha sido un lío. Durante años he estado atrapado y espero que el matrimonio me libere. Podré tener relaciones sexuales todas las veces que desee. ¡Satanás ya no podrá tentarme!»
Pocos años después nos volvimos a encontrar y no me sor­prendí al escuchar que el matrimonio no había podido curar el problema. «¿Sabes una cosa, Fred? Mi esposa no desea hacer el amor con la misma frecuencia que yo deseo», me dijo.
¿No me digas?
«No quiero parecer un adicto sexual o algo por el estilo, pero probablemente tengo tantas necesidades no suplidas como las que tenía antes de casarme. Y encima de todo, hay ciertas esferas de la exploración sexual que a ella le parecen vergonzosas o des­caradas, A veces se refiere a estas como "pervertidas". Creo que hasta cierto punto es una mojigata, pero ¿qué puedo decir?»
Basado en nuestra experiencia, ¡no mucho!

Matrimonio: No un nirvana sexual
Para los hombres casados no es una sorpresa que el matrimonio no elimine la impureza sexual, aunque sí lo es para los adolescentes y los jóvenes solteros. Ron, un joven pastor del estado de Minnesota, nos dijo que cuando reta a los jóvenes para que se mantengan sexualmente puros obtiene esta respuesta: «Pastor, para usted es muy fácil decirlo. ¡Ya está casado y puede tener relaciones sexua­les todas las veces que lo desee!» Los jóvenes solteros creen que el matrimonio produce un estado de nirvana sexual.
Si tan solo fuera cierto. En primer lugar, la relación sexual tiene diferentes significados para los hombres y para las mujeres. Los hombres primordialmente reciben intimidad justo antes y durante el acto sexual. Las mujeres experimentan intimidad a través del toque, la interacción, los abrazos y la comunicación. Entonces, ¿es de sorprendemos que para las mujeres la frecuencia en las relaciones sexuales sea menos importante que para el hom­bre, como lamentablemente descubrió Mark? Debido a las dife­rencias que existen entre el hombre y la mujer, el desarrollo de una vida sexual satisfactoria en el matrimonio no es nada fácil. Es más, es tan difícil como anotar un gol desde medio campo.
En segundo lugar, la vida está llena de inesperados obstáculos. Lance se casó con la chica de sus sueños y entonces fue que se enteró que su esposa tenía una deficiencia estructural y por con­secuencia el coito le resultaba muy doloroso. Necesitó someterse a una intervención quirúrgica y varios meses de rehabilitación para corregir el problema.
En el caso de Bill, en cierta ocasión su esposa se enfermó a tal grado que no pudieron tener relaciones sexuales durante ocho meses. Ante estas circunstancias, ¿tenían Lance y Bill liber­tad para decir: «Dios mío, seguiré usando la pornografía hasta que sanes a mi esposa?» No lo creo.
En tercer lugar, de repente tu esposa podría convertirse en una persona diferente a la que estuviste cortejando. Larry, un robusto y bien parecido pastor en la ciudad de Washington, D.C tiene una gran herencia cristiana. Su padre es un pastor maravilloso y Larry se alegró muchísimo cuando el Señor lo lla­mó a él también al ministerio. Conoció a Linda, una hermosa y llamativa rubia, y como en las novelas, parecían estar creados el uno para el otro.
Sin embargo, después de la boda Larry se percató de que Linda estaba más interesada en su carrera personal que en satis­facerlo sexualmente. No solo carecía de todo interés por el acto sexual, sino que a menudo lo usaba como un arma manipulado­ra para lograr su cometido. Por consiguiente, Larry no tiene relaciones sexuales con frecuencia. Dos veces al mes sería una bonanza y una vez cada dos meses es la norma. ¿Qué se espera que Larry le diga a Dios? ¡Señor, Linda no esta actuando como una mujer piadosa! ¡Haz un cambio en ella, y entonces dejaré de masturbarme! Difícilmente. El matrimonio no satisface los deseos sexuales de Larry, pero aun así Dios espera pureza.
Tu pureza no debe depender del deseo o de la salud de tu cónyuge. Dios te hace responsable y si no ejerces control antes del día de tu boda, no puedes esperar que se manifieste después de la luna de miel. Si eres soltero y tienes el hábito de mirar pelí­culas clasificadas R, la felicidad del matrimonio no cambiará este hábito. Si tus ojos se enfocan en las hermosas chicas que pasan por tu lado, seguirán divagando después que hayas dicho: «Sí, lo prometo». ¿Tienes el hábito de masturbarte? Colocarte el anillo en el dedo no evitará que lo sigas haciendo.

¿Qué está sucediendo aquí?
Cuando el matrimonio no resuelve de inmediato nuestro pro­blema nos aferramos a la esperanza de que, al pasar suficiente tiempo, el matrimonio podría liberamos. Andy nos dijo: «En cierta ocasión leí que el impulso sexual de un hombre decae durante los años treinta y cuarenta, mientras que durante el mismo tiempo el de la mujer llega a su clímax. Mientras tanto pensé que Jill y yo nos encontraríamos en un bendito terreno intermedio. No sucedió así».
Pero la libertad del pecado sexual casi nunca se logra a través del matrimonio o el paso del tiempo. (La frase «viejo verde» debería revelamos algo al respecto.) Así que si estás cansado de la impureza sexual y de la mediocridad, y si estás cansado del distanciamiento de Dios que viene como resultado, deja de estar esperando que el matrimonio o que algún descenso hormonal venga a tu auxilio.
Si deseas cambiar, reconoce que eres impuro porque diluiste las normas divinas de la pureza sexual junto con las tuyas. Esa es la primera de las tres razones que estaremos examinando respecto a la mucha facilidad con que caen los hombres en el pecado sexual.
Antes dijimos que la norma que Dios estableció es que evi­temos todo indicio de inmoralidad sexual en nuestra vida. Si siguiéramos esta norma, nunca caeríamos en esclavitud sexual. Así que debemos asombramos de que tantos hombres cristianos estén bajo tal yugo de esclavitud.
Nuestro Padre celestial está asombrado. Aquí está nuestra paráfrasis de algunas preguntas que Dios hizo (en Oseas 8:5-6) que revelaron su asombro:

¿Qué está sucediendo? ¿Por qué mis hijos escogieron ser impuros? ¡Por amor al cielo, son cristianos! ¿Cuán­do comenzarán a comportarse como lo que son?

Dios sabe que somos cristianos y que podemos escoger ser puros. ¿Entonces por qué no lo hacemos? No somos víctimas de una amplia conspiración que nos atrapa sexualmente, solo esco­gimos mezclar nuestras propias normas de conducta sexual con las normas que Dios estableció. Y como encontramos que las normas que Dios estableció son demasiado difíciles, entonces creamos una mezcla: algo nuevo, algo cómodo, algo mediocre.
¿A qué nos referimos al decir «mezcla»? Un buen ejemplo tal vez sea la nebulosa definición de «relación sexual» que salió a relu­cir durante el escándalo sexual en el que estuvo involucrado el presidente Bill Clinton. El presidente declaró bajo juramento que no había tenido relaciones sexuales con Mónica Lewinsky, pero después explicó que él no consideraba que el sexo oral estu­viera en dicha categoría. Por lo tanto, de acuerdo con esa defini­ción, él nunca cometió adulterio.
Esto representa un contraste radical con las normas que Jesús enseñó: «Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón» (Mateo 5:28).

Ingenuo, rebelde y descuidado
¿Por qué razón mezclamos tan fácilmente nuestras normas con las normas divinas? ¿Por qué no somos firmes con las decisiones que tomamos respecto al pecado sexual?
A veces, simplemente somos ingenuos. ¿Recuerdas cuando eras niño haber visto Pinocho, la clásica película de dibujos de Disney? Pinocho sabía que lo correcto era ir a la escuela, tal y como lo hacían todos los demás niños. Sin embargo, en el camino a la escuela se encontró con unos bribones que le pintaron un maravilloso cuadro de cómo pasar un divertido día en un lugar llamado La Isla de las Aventuras, una clase de parque de atracciones ubicado cerca de la orilla de la playa. Le obsequiaron a Pinocho un boleto para el barco que los llevaría al otro lado, pero él no sabía que al finalizar el día todos los niños se convertirían en burros y que los venderían para tirar de los carros en las minas de carbón durante el resto de sus días. De igual manera, noso­tros podemos ser ingenuos y hasta necios respecto a las normas divinas sobre la pureza sexual, al dirigimos a ciegas y dando tum­bos hacia lugares equivocados «solo porque todos los demás lo están haciendo».
Pero a veces escogemos las normas sexuales equivocadas, no porque seamos ingenuos sino porque sencillamente somos rebel­des. Somos como Lampwick, un chico jactancioso que toma el liderazgo para desviar a Pinocha hacia la Isla de las Aventuras. Desde el primer instante que Lampwick aparece en pantalla, se manifiesta como una persona desagradable, con su actitud dominante y una malévola vocecilla. Uno se pregunta: «¿ Y dón­de están sus padres? ¿Por qué no hacen algo al respecto? Uno sabe que él es plenamente consciente de la maldad que lleva a cabo. Y cualquiera que sea el resultado, ciertamente se lo merece.
Con una rebeldía como la de Lampwick, tal vez sepas muy. bien que la inmoralidad sexual está mal, pero lo haces de todas maneras. Disfrutas los viajes a la Isla de las Aventuras, a pesar del precio secreto que tendrás que pagar al final del día.
O tal vez hayas considerado que las normas divinas son demasiado ridículas para tomarse en serio. En un estudio bíblico para solteros, los asistentes comenzaron a dialogar sobre el tema de la pureza. Muchos habían estado casados en el pasado y esta­ban luchando con la santidad. Cuando alguien sugirió que Dios espera que hasta los solteros eviten todo indicio de inmoralidad sexual, una atractiva joven exclamó: «¡Es imposible que alguien espere que vivamos de tal manera!» El resto del grupo estuvo muy de acuerdo con ella, excepto dos que defendieron las nor­mas que Dios estableció.

Destrucción y vergüenza
Ya sea que hayas sido ingenuo, rebelde o neciamente negligente en cuanto a tomar con seriedad las normas divinas, el hecho de mezcladas con tus normas te lleva hacia la posibilidad de caer en una trampa aun peor.
La mezcla puede destruir a las personas. Cuando los israeli­tas se marcharon de Egipto y fueron llevados hacia la Tierra Prometida, Dios les dijo que cruzaran el río Jordán y que destru­yeran toda cosa maligna que encontraran en su nueva tierra. Eso significaba que debían matar a todos los habitantes paganos y destruir a sus dioses hasta convertirlos en polvo. Dios les advir­tió que de no hacerlo, su cultura se «mezclaría» con los paganos y ellos adoptarían sus depravadas prácticas.
Pero los israelitas no tuvieron el cuidado de destruirlo todo. Para ellos fue mucho más fácil obedecer a medias. Al pasar el tiempo, las cosas y las personas que no fueron destruidas se con­virtieron en una trampa. Los israelitas se convirtieron en adúlte­ros en cuanto a su relación con Dios y repetidamente les dieron las espaldas.
Tal y como se les prometió, Dios los echó de su tierra. Pero precisamente antes de la destrucción de Israel y de la deporta­ción final de sus habitantes, Dios le profetizó esto a su pueblo sobre su inminente cautiverio:

Y los que de vosotros escaparen se acordarán de mí entre las naciones en las cuales serán cautivos; porque yo me quebranté a causa de su corazón fornicario que se apartó de mí, y a causa de sus ojos que fornicaron tras sus ídolos; y se avergonzarán de sí mismos, a causa de los males que hicieron en todas sus abominaciones (Ezequiel 6:9).

Al entrar a la Tierra Prometida de nuestra salvación, se nos advirtió que debemos eliminar de nuestra vida todo indicio de inmoralidad sexual. Desde que entraste a esa tierra, ¿fallaste en tu intento por romper el pecado sexual? ¿Todo indicio de peca­do sexual? Si no lo has hecho, ¿has llegado hasta el punto de sen­tir vergüenza de ti mismo por tal fracaso? Si es ahí donde te encuentras en este momento, hay esperanza para ti.

Normas divinas tomadas de la Biblia
Debido a que nuestras normas sobre la pureza sexual han estado tan mezcladas con las normas establecidas por Dios, y ya que muchos cristianos no leen sus Biblias a menudo, muchos hom­bres no tienen ni la más mínima idea sobre las normas divinas respecto a la pureza sexual.
¿Sabías que en casi todos los libros del Nuevo Testamento se nos ordena evitar la impureza sexual? Lo que aparece a continua­ción es una selección de pasajes que enseñan el interés de Dios por nuestra pureza sexual. (Marcamos en cursivas las palabras clave que nos indican qué debemos evitar en el ámbito sexual):

Pero yo [Jesús] os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón (Mateo 5:28).

Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la sober­bia, la insensatez. Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre (Marcos 7:21-23).
Que os abstengáis.. .de fornicación [inmoralidad sexual] (Hechos 15:29).

La noche está avanzada, y se acerca el día. Deseche­mos, pues, las obras de las tinieblas, y vistámonos las armas de la luz. Andemos como de día, honestamen­te; no en glotonerías [orgías] y borracheras, no en lujurias y lascivias [inmoralidad sexual], no en con­tiendas y envidia (Romanos 13:12-13).

Más bien os escribí que no os juntéis con ninguno que, llamándose hermano, fuere fOrnicario, o avaro, o idólatra, o maldiciente, o borracho, o ladrón; con el tal ni aun comáis (1 Corintios 5:11).

Pero el cuerpo no es para la fornicación [inmoralidad sexual], sino para el Señor (1 Corintios 6:13).
Huid de la fornicación (1 Corintios 6:18).

Que cuando vuelva, me humille Dios entre vosotros, y quizá tenga que llorar por muchos de los que antes han pecado, y no se han arrepentido de la inmundi­cia y fornicación [pecado sexual] y lascivia que han cometido (2 Corintios 12:21).

Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne. Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia (Gálatas 5:16,19).

Pero fornicación y toda inmundicia, o avaricia, ni aun se nombre entre vosotros, como conviene a santos; ni palabras deshonestas [obscenidades], ni necedades, ni truhanerías, que no convienen, sino antes bien acciones de gracias (Efesios 5:3-4).

Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornica­ción, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría; cosas por las cuales la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia (Colosenses 3:5-6).

Pues la voluntad de Dios es vuestra santificación; que os apartéis de fornicación; que cada uno de voso­tros sepa tener a su propia esposa en santidad y honor; no en pasión de concupiscencia, como los gentiles que no conocen a Dios. .. Pues no nos ha llamado Dios a inmundicia sino a santificación (1 Tesalonicenses 4:3-5,7).

No sea que haya [entre vosotros] algún fornicario, o profano (Hebreos 12:16).

Honroso sea en todos el matrimonio, y el lecho sin mancilla; pero a los fornicarios y a los adúlteros los juzgará Dios (Hebreos 13:4).

Baste ya el tiempo pasado para haber hecho lo que agrada a los gentiles, andando en lascivias, concupis­cencias, embriagueces, orgías, disipación y abomina­bles idolatrías (1 Pedro 4:3).

Como Sodoma y Gomorra y las ciudades vecinas, las cuales de la misma manera que aquéllos, habiendo
fornicado e ido en pos de vicios contra naturaleza, fueron puestas por ejemplo, sufriendo el castigo del fuego eterno (Judas 7).

Pero tengo unas pocas cosas contra ti: que tienes ahí a
los que retienen la doctrina de Balaam, que enseñaba a Balac a poner tropiezo ante los hijos de Israel. .. y a cometer fornicación [inmoralidad sexual] (Apocalipsis 2:14).

Pero tengo unas pocas cosas contra ti: que toleras que esa mujer Jezabel, que se dice profetisa, enseñe y seduzca a mis siervos a fornicar (Apocalipsis 2:20).

Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios [sexualmente inmorales] y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos ten­drán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda (Apocalipsis 21:8).

      ¿Qué te parece? Aquí se encuentran representados más de la mitad de los libros del Nuevo Testamento.
      De acuerdo con estos pasajes, vamos a resumir las normas que Dios estableció para la pureza sexual:

  • La inmoralidad sexual comienza con las actitudes lascivas de nuestra naturaleza pecaminosa. Está arraigada en las tinieblas que llevamos en nuestro ser. Por lo tanto, al igual que otros pecados que esclavizan a los creyentes, la inmoralidad sexual atraerá la ira divina.
  • Nuestros cuerpos no se crearon para la inmoralidad sexual, sino para el Señor, quien después de creamos nos llamó a una vida de pureza sexual. Su voluntad es que todo cre­yente sea puro sexualmente: en sus pensamientos, en sus palabras y en sus acciones.
  • Es por lo tanto, santo y honorable, evitar por completo la inmoralidad sexual, arrepentimos de la misma, huir de ella y darle muerte en nuestras vidas al andar en el Espíritu. Hemos pasado demasiado tiempo viviendo como paga­nos en lascivias y concupiscencias.
·        No debemos estar íntimamente asociados con otros creyentes que insistan en la inmoralidad sexual.
  • Si convences a otros para que participen en la inmorali­dad sexual (quizá en el asiento trasero de tu auto o en una habitación escondida), ¡el mismo Jesús tendrá algo en tu contra!
Está claro que Dios espera que vivamos de acuerdo con sus normas. De hecho, en 1 Tesalonicenses 4:3, la Biblia declara con énfasis que esta es la voluntad de Dios. Por lo tanto, considera seriamente su mandato: ¡Huye de la inmoralidad sexual!

capítulo 5
¿Obediencia o simple excelencia?

¿Por qué consideramos tan fácil mezclar nuestras normas de pecado sexual y tan difícil hacer un firme compromiso de verda­dera pureza?
Porque estamos acostumbrados a eso. Toleramos con facili­dad el mezclar las normas de pureza sexual, porque con la mis­ma facilidad toleramos la mezcla de las normas en la mayoría de las demás esferas de la vida.

¿Excelencia u obediencia?
Pregunta: ¿Cuál es tu meta en la vida, la excelencia o la obediencia?
¿Cuál es la diferencia? Centrarnos en la obediencia es enfo­camos en la perfección y no en la «excelencia», que en efecto es algo menor.
      «¡Espera un minuto!», dices. «Yo pensaba que la excelencia y la perfección eran la misma cosa».
A veces aparentan serlo, pero la simple excelencia deja espa­cio para alguna mezcla. En la mayoría de los campos, la excelen­cia no es una norma fija. Es una norma mezclada.
Permíteme mostrarte lo que quiero decir. Los negocios nor­teamericanos están en una búsqueda de la excelencia. Podrían muy bien estar buscando la perfección, desde luego, un produc­to perfecto, un servicio perfecto, pero la perfección es muy cos­tosa y acaba con las ganancias. En vez de ser perfectos, los nego­cios saben que es suficiente darle a sus clientes la apariencia de perfección. Estos negocios encontraron un lucrativo equilibrio entre la calidad y los costos, al detenerse en el camino sin haber logrado la perfección.
Para encontrar este equilibrio a menudo se fijan en sus com­pañeros con el fin de descubrir «las mejores prácticas» de su indus­tria: ¿Hasta dónde podemos alejar y todavía aparentar la perfec­ción? ¿Cuán corto nos podemos quedar? Los negocios consideran que es lucrativo quedarse corto a mediados del camino hacia la excelencia porque la perfección cuesta demasiado.
Pero, ¿será provechoso para el creyente detenerse a mitad del camino hacia la excelencia, donde los costos son bajos y perma­necer equilibrados en algún punto entre el paganismo y la obe­diencia? ¡Por supuesto que no! Aunque en el mundo de los negocios aparentar la perfección es una práctica lucrativa, en el ámbito espiritual aparentar la perfección es una simple comodi­dad. Pero nunca es provechoso.
Sin duda, la excelencia no es lo mismo que la obediencia o la perfección. La búsqueda de la excelencia nos deja abrumado­ramente vulnerables a una trampa tras otra, debido a que ella per­mite que haya espacio para la mezcla. No ocurre lo mismo con la búsqueda de la obediencia o la perfección.
La excelencia es una norma mezclada, mientras que la obe­diencia es una norma fija. Nuestra meta debe ser esforzamos por la norma que es fija.

De Fred: Hacer las preguntas equivocadas
Yo era el ejemplo perfecto de alguien que no se esforzaba por alcanzar la norma fija de la obediencia divina. Era maestro en la iglesia, presidía actividades de grupos y asistía a las clases de dis­cipulado. Mi asistencia a la iglesia era ejemplar, y mi vocabulario era cristiano. Al igual que el empresario que anda en busca de las mejores prácticas de negocio, me preguntaba: ¿Cuán lejos puedo llegar y todavía seguir llamándome cristiano? La pregunta que tenía que preguntarme era: ¿Cuán santo puedo ser?
Permíteme demostrarte, mediante un par de historias tomadas de mis clases prematrimoniales, la diferencia entre la excelencia y la obediencia. Al comenzar cada sesión de siete semanas, les pregunto a los estudiantes qué desean del matrimonio. En una de las clases, las seis parejas expresaron el deseo de edificar sus relaciones sobre el fundamento de los principios divinos. Enton­ces les hice esta pregunta: ¿Creen que es correcto modificar la verdad con tal de evitar disgustos en el hogar?
Todos respondieron que no y unánimemente estuvieron de acuerdo en que modificar la verdad era una mentira y que nin­guno de ellos haría tal cosa en su hogar.
«¿De veras?», les pregunté. «Entonces ¿qué me dicen de esto? Brenda dio a luz cuatro hijos y con el paso de los años su peso pasó a través de cuatro tallas diferentes. [Siempre abundan las risas des­pués de este comentario.] Durante la transición entre tallas, a menudo quiso vestir una pieza de menor talla para ir a la iglesia. Después de deslizarse con dificultad en el vestido me preguntaba: "¿Me queda demasiado apretado?" Ella quería saber si el vestido le quedaba bien o si llamaría la atención a su peso. Con frecuencia se me hacía difícil responderle y me veía obligado a escoger entre modificar la verdad o herir sus sentimientos y desanimarla.
»¿Creen que mi decisión de modificar la verdad con tal de evitar disgustos era lo correcto? Después de todo es algo tan insignificante, y yo amo a mi esposa. Si digo la verdad, hiero sus sentimientos y no me agrada herir sus sentimientos.
»¿Qué harían ustedes? ¿Modificarían la verdad?»
Fue asombroso, solo después de unos breves momentos de haber declarado que nunca modificarían la verdad en sus hogares, cinco de las seis parejas dijeron que modificarían la verdad con tal de evitar un disgusto como este.
Estas parejas pueden hablar el idioma cristiano, y cierta­mente demuestran excelencia. Pero, ¿pueden vivir la verdad cristiana?
Con la excelencia tratamos de cubrir nuestras pisadas deso­bedientes. Peter y Mary asistieron a las clases prematrimoniales, y desde el primer día Peter me impresionó mucho. Aceptaba con entusiasmo todo lo que yo decía y movía afirmativamente la cabeza, incluso ante las enseñanzas más difíciles respecto a las responsabilidades del esposo (tales como ser un siervo).
Al final de la séptima semana, Peter y Mary quisieron hablar conmigo después de la clase. «Su clase de la semana pasada sobre la pureza sexual me impactó mucho», comenzó diciendo Peter, «especialmente cuando dijo que mirar revistas y películas pornográficas no fortalecerá la vida sexual. Mi primera esposa solía alquilar películas pornográficas para mí y juntos participá­bamos de ellas antes de acostamos. Al final, nos hizo daño». Y entonces añadió: «Mary y yo no haremos tal cosa en nuestro matrimonio». Hasta entonces todo marchaba de maravilla.
Pero Mary, deseando expresar su sentir dijo: «Hemos tenido una lucha continua sobre lo que como pareja vemos juntos. A menudo alquilamos una película para veda juntos en mi depar­tamento, pero ya sabe como es esto. La mayoría de las películas populares contienen escenas que son bastante picantes, y cada vez me siento más incómoda. Cuando hay una escena erótica, le digo a Peter que debemos apagar la película, pero él se enoja y argumenta que nos hemos gastado una buena cantidad de dinero para alquilada y que apagada equivale a perder el dinero. Entonces me marcho a la cocina y hago alguna tarea hasta que él termina de verla».
Una lágrima se deja ver en los ojos de ella y baja la vista. «No creo que estas películas son buenas para nosotros», dijo ella. «Le he pedido que deje de hacerlo por amor a mí, pero no lo hace. Por lo regular, oramos antes de que él regrese a su casa, pero des­pués de ver esas películas, a menudo me siento sucia y barata. Siento que estas películas están interponiéndose entre nosotros».
Por supuesto, Peter se sentía avergonzado. ¿Estaba él en busca de la excelencia o de la obediencia? Por lo menos en esta área, se detuvo a la mitad del camino. Según las normas de sus compañe­ros, sabía que podía ver películas populares con situaciones sexuales picantes, y aún así «aparentar» que es cristiano. Eso era todo lo que necesitaba.
Debo acreditarle a Peter que me preguntó qué debía hacer. Le aconsejé que escuchara el consejo de Mary y dejara de estar mirando películas sensuales. Él prometió no volver a hacerlo.

Juntos a mitad del camino
No es común escuchar una voz como la de Mary retándonos a vivir una vida de obediencia y perfección. Si estamos satisfechos con solo la excelencia, no nos someteremos a las normas divinas. Nos acercamos cada vez más a nuestros compañeros, solo para distanciamos de Dios.
Aunque estemos unidos a las congregaciones no llegamos a la meta trazada. Los programas espectaculares en nuestras igle­sias nos hacen sentir bien, pero a menudo no nos presentan un verdadero reto.
Mi iglesia en la ciudad Des Moines tiene un excelente coro reconocido en la región por la calidad profesional de su sonido. La orquesta disfruta el complemento de músicos profesionales que son miembros de la orquesta sinfónica local. En cierta oca­sión me encontraba hablando con una nueva vecina acerca de nuestra iglesia y ella me dijo: «Oh, sí, yo he visitado su iglesia. Verdaderamente me agrada. ¡Es como ir a un espectáculo!»
Mi iglesia tiene un excelente calendario de programas moti­vados por la tradición. Tenemos un servicio vespertino Domingo del Super Bowl [Domingo del campeonato del fútbol america­no], en el cual promovemos la armonía entre las razas. Tenemos la Noche para honrar a norteamérica que se celebra el cuatro de julio, para hoprar a nuestro gran país e invitamos famosos ora­dores como lo son Elizabeth Dole, Gary Bauer y Cal Thomas. Nuestra celebración anual «Noche Metro» honra a los obreros voluntarios y al personal de nuestra iglesia hija ubicada en el centro de la ciudad. Tenemos programas especiales de Navidad, de Semana Santa, la celebración de «El día del amigo», «De regreso a la escuela» y mucho más.
Sin duda alguna nos esforzamos por ser la «iglesia a la cual pertenecer» en Des Moines. Pero ¿cuál es el beneficio de esto? ¿Qué hemos obtenido de nuestra búsqueda de excelencia?
Hace poco programamos una semana de oración para toda la iglesia que se celebraría todas las noches al comenzar el nuevo año. Es cierto que nadie argumentaría el valor estratégico de la oración, ni pondría en duda el hecho de que, como creyentes, se nos ordenó ser fieles en la oración. Pero la obediencia en el asun­to de la oración es costosa y requiere compromiso. El lunes por la noche, al comenzar nuestra semana de oración, apenas se pre­sentaron treinta y cuatro adultos de un total de dos mil trescien­tos miembros. El jueves, solo había diecisiete adultos orando. Me sentí desilusionado por completo. Sin embargo, una sema­na más tarde, durante el Domingo de reconocimiento de los obreros, mil personas estuvieron presentes para recibir un reco­nocimiento de la iglesia por su servicio.
También organicé un grupo de intercesión los miércoles por la noche, en el que simplemente habilitábamos un salón para interceder por nuestra congregación durante noventa minutos. La primera noche se acercaron seis personas a la puerta y pregun­taron: «¿Es aquí donde estarán enseñando sobre la intercesión?»
«No, no vamos a enseñar sobre la intercesión», les respondí. «Vamos a estar intercediendo». Todas estas personas dieron la espalda y se marcharon. Se siente muy bien aprender sobre la intercesión, pero hacerlo es un asunto costoso. Lo mismo podría­mos decir respecto a la pureza.

¿Qué podemos esperar?
Son muchas las esferas en las que a menudo nos encontramos sentados juntos a mitad del camino de la excelencia, a una buena distancia de Dios. Cuando sus elevadas normas nos desafían, nos consuela pensar que no parecemos ser tan diferentes a los que nos rodean. El problema es que tampoco parecemos dife­renciamos mucho de los no cristianos.
A menudo, nuestros adolescentes cristianos son indistingui­bles de sus compañeros no cristianos, participan de las mismas actividades, música, chistes y actitudes sobre la relación sexual prematrimonial. Kristin, una joven adolescente, nos dijo: «Nues­tro grupo de jóvenes está repleto de muchachos que fingen su andar como cristianos. Lo cierto es que consumen drogas, beben, participan de fiestas mundanas y tienen relaciones sexuales. Si uno desea caminar en pureza, es más fácil andar con los que no son cristianos en la escuela que andar con los «cristianos» en la iglesia. Digo esto porque mis compañeros de escuela conocen cuáles son mis convicciones y me dicen: "Fantástico, puedo acep­tar eso". Los chicos cristianos se burlan de mí riéndose y pregun­tándome: "¿Por qué tienes que ser tan perfecta? ¡Comienza a vivir!" No pierden una sola oportunidad para presionarme en cuanto a mis valores». Esta joven nos habló de Brad, el hijo de un líder laico, que le dijo: «Yo sé que el coito no es bueno antes del matrimonio, pero todo menos eso está bien. Me encanta meterme debajo de un sostén».
Es triste decirlo, pero los adultos no son diferentes a los ado­lescentes cristianos. Linda, una profesional soltera, dice que en el grupo de solteros de su iglesia hay «jugadores», hombres y mujeres que acechan a sus víctimas con el fin de satisfacer sus necesidades.
Las parejas cristianas también se quedan cortas. (De Steve: Mi programa radial diario está lleno de llamadas de cristianos preguntando cómo pueden recuperarse de las relaciones adúlteras o cómo pueden lidiar con una separación matrimonial.)
¿Acaso nos hemos vuelto ciegos? ¿Qué podemos esperar de este compromiso general para estar a medias? ¿Acaso no recono­cemos que los nuevos convertidos al cristianismo se convertirán en gente igual a nosotros? ¿Será un consuelo verlos tan holgazanes, como somos nosotros, en cuanto a su devoción personal con Jesús?
¿Y no nos percatamos de lo mucho que estas deficientes normas nos están costando en cuanto a nuestro testimonio ante el mundo? En Reviva! Praying [Oración por un avivamiento], el autor Leonard Ravenhill escribe:

Los días actuales son similares a un estadio cuyas gra­das están llenas de militantes impíos, los brillantes y agresivos escépticos, además de los millones de paga­nos sin expresión alguna en sus rostros, observando el vacío cuadrilátero para ver qué puede hacer la Iglesia del Dios vivo. ¡Cuánta indignación siento al respecto! ¿Qué estamos haciendo los cristianos? Para usar una trillada frase: ¿solo estamos «jugando a la iglesia»?

La respuesta correcta
El rey Josías de Israel solamente tenía veintiséis años de edad cuando enfrentó una situación similar al descuidar las normas que Dios estableció. En 2 Crónicas 34 leemos cómo se halló una copia de la ley de Dios, olvidada durante mucho tiempo, en una extensa renovación del templo. Mientras a Josías le leían la ley en voz alta, él escuchó las normas de Dios en forma ineludible, y reconoció el fracaso del pueblo que no logró vivir de acuerdo con las mismas.
Josías no dijo: «Dejémonos de esas cosas, por favor. Hemos vivido de esta manera durante mucho tiempo. ¡No hay por qué ser legalista al respecto!» Claro que no. Josías se horrorizó. Rasgó sus vestidos como señal de pena y desespero. «Grande es la ira del Señor», dijo él, e inmediatamente reconoció la negligencia de su pueblo y procedió a buscar la dirección de Dios. Enseguida Dios contestó a la reacción de Josías con estas palabras:

Y tu corazón se conmovió, y te humillaste delante de Dios al oír sus palabras sobre este lugar y sobre sus moradores, y te humillaste delante de mí, y rasgaste tus vestidos y lloraste en mi presencia, yo también te he oído, dice Jehová (34:27).

En este punto, fíjate cómo de inmediato Josías lleva a toda la nación a la completa obediencia de las normas que Dios estableció:

Entonces el rey envió y reunió a todos los ancianos de Judá y de Jerusalén.
Y subió el rey a la casa de Jehová, y con él todos los varones de Judá, y los moradores de Jerusalén, los sacerdotes, los levitas y todo el pueblo, desde el mayor hasta el más pequeño; y leyó a oídos de ellos todas las palabras del libro del pacto que había sido hallado en la casa de Jehová.
Y estando el rey en pie en su sitio, hizo delante de Jehová pacto de caminar en pos de Jehová y de guardar sus mandamientos, sus testimonios y sus estatutos, con todo su corazón y con toda su alma, poniendo por obra las palabras del pacto que estaban escritas en aquel libro.
E hizo que se obligaran a ello todos los que estaban en Jerusalén y en Benjamín; y los moradores de Jerusalén hicieron conforme al pacto de Dios, del Dios de sus padres.
Y quitó Josías todas las abominaciones de toda la tierra de los hijos de Israel, e hizo que todos los que se hallaban en Israel sirviesen a Jehová su Dios. No se apartaron de en pos de Jehová el Dios de sus padres, todo el tiempo que él vivió (2 Crónicas 34:29-33).

Allí no hubo mezcla alguna. Al reconocer que las normas que Dios estableció son las de la verdadera vida, Josías se levantó y derrumbó todo lo que estaba en oposición a Dios.

Consideración del precio
¿Y tú qué? Ahora que escuchaste las normas que Dios estableció para la pureza sexual, ¿estás dispuesto, en el espíritu de Josías, a establecer un pacto de obediencia a dichas normas con todo tu corazón y tu alma? ¿Derrumbarás también todo lo sexual que esté en oposición a Dios?
¿Reconoces que has estado viviendo bajos las normas mez­cladas de la mera excelencia? Te quedas corto pero todavía apa­rentas ser cristiano.
      ¿O tu meta ha sido la obediencia y la perfección, que son a lo que en realidad te llamaron?
      ¿Cómo lo sabrás? Por el precio que estés dispuesto a pagar. ¿Qué te está costando tu vida cristiana?
      Aprender sobre Cristo cuesta algo. Vivir como Cristo, cuesta mucho.
  • Cuesta algo unirte a varios miles de hombres en una con­ferencia para cantar alabanzas a Dios y luego aprender cómo debemos vivir; cuesta mucho llegar a casa y perma­necer fielmente comprometido a los cambios que dices haber hecho en tu vida.
·        Cuesta algo evitar la revista Playboy; cuesta mucho controlar a diario tus ojos y tu mente.
  • Cuesta algo enviar a tu hijo a una escuela cristiana para que otros les enseñen sobre Dios; cuesta mucho celebrar regularmente las devociones familiares, en las que papá dirige coros en adoración y un tiempo de sincera oración.
  • Cuesta algo insistir en que tus hijos se vistan modestamente; cuesta mucho enseñarles a pensar de forma modesta y apropiada.
Entonces, ¿dónde estás ubicado? ¿Te sientes cómodo? ¿Hay en tu comportamiento una amplia tolerancia hacia el pecado? ¿Te han llevado tus intentos por acercarte a Dios a un alto nivel de mezcla en tu vida?
De ser así, es posible que tengas una mezcla en tus normas sexuales y probablemente tienes por lo menos un indicio de impureza sexual en tu vida. No pagarás el precio de la verdadera obediencia, como es evitar la sensualidad que se halla en muchas películas de Hollywood. Como evitar pensar en antiguas novias y en la mujer coqueta del trabajo. Como entrenar tus ojos para apartar la vista de los diminutos biquinis, del suéter a punto de explotar, de los pantalones elásticos y de las mujeres que los usan.
Dios es tu Padre y espera que lo obedezcas. Luego de otor­garte el Espíritu Santo como tu fuente de poder, Él cree que sus mandamientos deben ser suficientes para ti, de la misma manera que tú crees que tus órdenes deben ser suficientes para tus hijos.
El problema es que no andamos en busca de tal obediencia. Andamos en busca de la simple excelencia y Su mandamiento. no es suficiente. Rechazamos el asunto y respondemos: «¿Por qué debo eliminar todo indicio? ¡Eso es demasiado difícil!»
Tenemos incontables iglesias que están llenas de innumera­bles hombres cargados de pecado sexual, debilitados por una baja fiebre sexual, hombres que se sienten lo suficientemente felices para asistir a Cumplidores de Promesas, pero que están demasiado enfermos para ser cumplidores de promesas.
Una batalla espiritual por la pureza se libra de continuo en cada alma y corazón. Los precios son verdaderos. Obedecer es difícil, requiere humildad y mansedumbre, ingredientes que ciertamente son muy raros.
Alguien nos habló de James, un respetado adolescente y miembro de un grupo de jóvenes, que al presionarlo con el tema rehusó prometer que permanecería sexualmente puro. «En el mundo hay demasiadas situaciones imprevistas y, por lo tanto, no puedo hacer tal promesa», dijo él. James se quedó corto. ¿Y tú?

De Fred: ¿Quién eres realmente?
La impureza sexual se ha convertido en una situación difundida por la iglesia porque como individuos, hemos pasado por alto la tarea costosa de la obediencia a las normas divinas y demasiadas veces nos hacemos la pregunta: «¿Hasta dónde puedo llegar sin dejar de llamarme cristiano?» Nos hemos forjado cierta imagen, y hasta podríamos vernos sexualmente puros, mientras que le permitimos a nuestros ojos jugar con libertad cuando no hay nadie presente, evadiendo el costoso trabajo de ser sexualmente puros.
Desde mis días universitarios, el ejemplo de un hombre me sigue sirviendo como una seria advertencia. Durante mi primer año en la universidad Stanford, comencé a sentir nostalgia por estar lejos de mi hogar. Un compañero de dormitorio que vivía cerca de la universidad sintió pena por mí y me invitó a cenar en la casa de sus padres. Eran personas extremadamente ricas y su residencia era estupenda. ¡Fue una velada maravillosa! No solo comí alcachofas por primera vez (lo cual me fascina hasta el día de hoy), sino que su mamá resultó ser una excelente anfitriona, y supe que el padre -un prominente hombre de negocios en la comunidad- ocupaba una importante posición en su iglesia, y creía en la importancia del tiempo dedicado a estar con la familia.
Varias semanas después me encontraba sentado en una bar­bería, cuando el papá de mi amigo entró al establecimiento. Yo era un muchacho tímido y permanecí callado, como tenía el pelo mojado y una toalla colgaba de mi cuello, él no me reconoció. Se sentó a esperar su turno y comenzó a hojear una revista Playboy. ¡Me quedé anonadado! Lo observé para ver si «simplemente estaba leyendo los artículos», pero inmediatamente abrió la pági­na central de la revista donde aparece una foto de una mujer desnuda, y viró la revista de lado con tal de apreciar la modelo en toda su gloriosa desnudez.
       ¿Eres tú así? ¿Existe un lado oscuro y secreto en tu imagen cristiana?
Si eres un adolescente, ¿participas en los viajes misioneros durante el verano aunque sigues acariciando los senos de las chi­cas en el asiento trasero de un auto?
Si eres un esposo, ¿enseñas en la Escuela Dominical y eres activo en el grupo de caballeros, pero día y noche tienes fanta­sías con mujeres desnudas?
¿Quién eres realmente?
La búsqueda de la mera excelencia es una forma inadecuada de acercarse a Dios, lo cual nos deja vulnerables a una trampa tras otra. Nuestra única esperanza es la obediencia.
Si no eliminamos de la vida cada indicio de inmoralidad, nos capturarán nuestras tendencias masculinas de alcanzar la gratificación sexual y los estados químicos elevados a través de los ojos. (Esto lo discutiremos detalladamente en el siguiente capítulo.) Pero no podemos lidiar con nuestra masculinidad hasta que primero no rechacemos el derecho a mezclar las nor­mas. Y al preguntar: «¿Cuán santo debo ser?» debemos orar y comprometemos a una nueva relación con Dios que esté com­pletamente de acuerdo con su llamado a la obediencia.

capítulo 6
Solo por ser varón

Aparte de quedamos cortos en el cumplimiento de las normas divinas, encontramos que hay otra razón para que prevalezca el pecado sexual entre los hombres. Llegamos hasta allí de forma muy natural, solo por ser hombres.

De Fred: Nuestra masculinidad
Antes de saber que Brenda, mi esposa, estaba encinta de nuestro cuarto hijo, me convencí mediante la oración de que nuestro futuro hijo sería varón, nuestro segundo varón. Estaba tan con­vencido de esto que durante el embarazo se lo comenté a Brenda y a varios amigos íntimos.
Al acercarse el día del parto, aumentó la presión. «¿Por qué se lo dije a todos?» Me quejé. «¿Y qué si es una niña? ¿Y qué si me equivoqué?»
Cuando Brenda comenzó a sentir los dolores de parto sentí una presión que parecía duplicarse con cada minuto que pasaba. Por último, de pie debajo de las brillantes luces en la sala de par­to y observando la pequeña cabecita que ya estaba saliendo, supe que había llegado el momento de la verdad.
       El bebé comenzó a salir boca arriba. Bien, pensé. Tendré un panorama perfecto. Lleno de ansias animé amorosamente a Brenda: «Vamos, querida. Puja un poquito más».
Se dejaron ver los hombros. Solo unas pocas pulgadas más, pensé. ¿Y entonces? ¡Aahh! ¿Qué está haciendo, doctor? En el últi­mo instante el médico volteó el bebé hacia él precisamente cuando salieron las caderas y las piernas. Y ahora solo veía la espalda del bebé. Vamos, vamos, grité dentro de mí.
Era increíble, pero ni el médico ni la enfermera dijeron una sola palabra. De forma metódica y eficiente limpiaron al bebé, succionaron su garganta y colocaron un pequeño gorro sobre la cabeza del recién nacido. Cuando por fin el médico me presentó a mi nuevo bebé, tenía las piernas completamente abiertas. De             inmediato miré, porque tenía que saber.
«jEs un varón!», exclamé.
Ahora Michael tiene ocho años de¡; edad y Jasen, su hermano mayor, tiene dieciséis y puedo decides con toda certeza que ambos son varones. A medida que los crío, soy consciente de las tendencias naturales que son inherentes a la masculinidad y que afectarán cada aspecto de la pureza sexual, tal y como sucede en mi vida.
Nuestra masculinidad, y particularmente cuatro tendencias varoniles, representan la tercera razón para la omnipresencia de la impureza sexual entre los hombres.

Los hombres son rebeldes por naturaleza
Cuando Pablo le explicó a Timoteo que «Adán no fue engaña­do, sino que la mujer, siendo engañada, incurrió en transgresión» (1 Timoteo 2: 14), estaba haciendo notar que Adán no fue engañado cuando comió de la fruta prohibida en el Jardín del Edén. Adán sabía que estaba mal, pero de todas formas se la comió. Desde entonces, todos los hijos de Adán tienden a ser igualmente rebeldes.
En el libro Sexual Suicide [Suicidio sexual], el autor George Gilder informó que los hombres cometen más del noventa por ciento de los crímenes más violentos, cien por ciento de las vio­laciones y noventa y cinco por ciento de los hurtos. Los hombres componen el noventa y cuatro por ciento de los conductores borrachos, setenta por ciento de los suicidios y noventa y uno por ciento de las ofensas en contra de la familia y de los niños. Muy a menudo, los principales responsables son hombres solteros.
Nuestra masculinidad trae consigo una rebelión natural de forma únicamente varonil. Esta tendencia natural nos otorga la arrogancia necesaria para quedamos cortos en cuanto al cumpli­miento de las normas que Dios estableció. Como hombres, a menudo escogemos el pecado, simplemente porque nos agrada nuestro modo de ser.

Los varones encuentran que la vida «recta» es aburrida
En su libro Hablemos con franqueza a los hombres y sus esposas, el doctor James Dobson resumió bien la vida recta:

La vida recta para el hombre trabajador... es levantar su cansado cuerpo de la cama, cinco días a la semana, cincuenta semanas al año. Es ganarse dos semanas de vacaciones en agosto y escoger un viaje que sea del agrado de los hijos. La vida recta es gastar tu dinero sabiamente cuando lo que preferirías hacer es darte cualquier gustazo; es llevar a tus hijos a montar bicicle­ta el sábado, cuando lo que más anhelas es ver el juego de pelota; es limpiar el garaje de tu casa durante el úni­co día libre después de haber trabajado sesenta horas la semana anterior. La vida recta es lidiar con los catarros en la cabeza, las reparaciones del auto, la hierba mala y las planillas de impuestos; es llevar a tu familia a la iglesia el domingo luego de haber escuchado todas las ideas que el ministro puede ofrecer; es darle una por­ción de tus ingresos a la obra de Dios cuando dudas si podrás pagar las cuentas.

Luego de todo esto, la mayoría de los hombres respondería: «¡Sáquenme de aquí!»
Aunque nuestra rebeldía natural provee la arrogancia nece­saria para quedamos a la mitad del camino en cuanto a las nor­mas que Dios estableció, nuestro disgusto natural por la vida recta nos brinda el deseo para detenemos a la mitad del camino y por el contrario experimentar los placeres temporales del peca­do. Nuestras normas mezcladas nos ofrecen un alivio de las res­ponsabilidades que nos aburren.

Los varones poseen un fuerte y regular libido
El humano varón, por causa de la producción de esperma y otros factores, naturalmente desea un alivio sexual casi cada cua­renta y ocho a setenta y dos horas. (Después de escuchar esto una joven esposa exclamó: «¡Ay, qué cruz tiene que llevar!») Muchas mujeres, que especialmente al principio del matrimo­nio con rareza pueden igualar el nivel de deseo sexual, se asom­bran al ver la regularidad con que sus esposos desean hacer el amor. Pero es que así somos. Si eres afortunado, tu esposa ha desarrollado un nivel similar de deseo sexual motivado por su amor hacia ti (¡o por piedad!).
El doctor Dobson cuenta la historia de una joven pareja que decidió emprender un viaje de placer y practicar el esquí acuático. El esposo, un neófito de ese deporte, se pasó toda la tarde dando tumbos a lo largo de la bahía mientras luchaba por mantenerse de pie. Con entusiasmo lo intentaba una y otra vez, pero pasó más tiempo dentro del agua que encima de ella.
El esfuerzo, evidentemente dejó exhausto a nuestro héroe achicharrado por el sol. Mientras tanto, su esposa se volteó hacia una amiga y le dijo: «¿Me creerías si te dijera que después de todo esto cuando lleguemos a la casa va a querer hacer eso hoy por la noche?»
¿Cómo es que este ciclo de setenta y dos horas impacta la pureza sexual de los ojos y la mente? Examínate durante las próximas dos semanas. Tienes relaciones sexuales el domingo por la noche. El lunes por la mañana vas manejando al trabajo y, sin darle mucha importancia te percatas de una nueva cartelera con una chica sensual. Pero en tu viaje matutino, después de pasar tres días sin tener relaciones sexuales, ver la misma chica de la cartelera te enciende el «motor» y recorres varias millas sin dejar de pensar en ella. A lo largo del día, la chica del cartel ocu­pa tus pensamientos durante las aburridas reuniones de negocio.
«Si voy a estar fuera toda una semana en un viaje de nego­cios», nos dijo Rob, «por lo general, Sue y yo tenemos relaciones sexuales el domingo por la noche. Ella es de gran ayuda para mí en este aspecto, y necesito esa ayuda. El lunes por la noche mientras estoy de viaje voy a cenar, trabajo un poco, veo las noticias en CNN y me acuesto a dormir. Es posible que piense en la relación sexual, pero no es motivo de preocupación. Sin embargo, el miércoles por la noche no soy el mismo hombre. ¡Prácticamente me siento poseído! Las tentaciones son terribles y cada noche parecen aumentar su intensidad».
Las tentaciones pueden o no intensificarse, pero tu sensibili­dad a las mismas sí aumentan. Al tercer día del ciclo estas tenta­ciones parecen ser cavernosas.
Tu cuerpo no es confiable para ninguna batalla espiritual y mucho menos la batalla de la pureza. sexual y la obediencia. Fácilmente podemos identificamos con Pablo:

Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. Porque según el hombre interior me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Miserable de mí! ¿quién me librara de este cuerpo de muerte? (Romanos 7:21-24).

A menudo tu cuerpo se rebela y libra una batalla en tu con­tra. Esta tendencia traicionera ejerce presión sobre nuestro libi­do para que pasemos por alto las normas divinas. Cuando este impulso sexual se combina con nuestra arrogancia masculina natural y con nuestro deseo masculino natural de alejamos de la vida recta, el cautiverio sexual nos ceba y abastece.
Mientras tanto, el medio de ignición brota de la cuarta de nuestras tendencias masculinas naturales, y la más letal.

Los varones reciben gratificación sexual a través de los ojos
Nuestros ojos les ofrecen a los hombres el medio para pecar extensamente y por voluntad propia. No necesitamos ni una cita ni una amante. Jamás tenemos que esperar. Tenemos nues­tros ojos y a través de ellos obtenemos gratificación sexual en cualquier momento. La desnudez femenina nos excita en cual­quier manera, forma o medio que se nos presente.
No discriminamos. Puede venir con la misma facilidad en una foto desnuda de una mujer desconocida que en un román­tico interludio con una esposa. Cuando de admirar la anatomía femenina se trata, poseemos una llave de ignición visual.
Las mujeres casi nunca entienden esto porque no se estimulan sexualmente de la misma manera. Su sistema de ignición está vinculado al toque y a la relación. Ellas perciben este aspecto visual de nuestra sexualidad como superficial, sucio y hasta detestable. Con frecuencia, cualquier esfuerzo de los esposos por darle un giro positivo a este factor «visual» sugiriéndoles a sus esposas que lo usen como una ventaja en la habitación, cho­ca con una pared de desprecio. Lisa, por ejemplo, dijo: «¡Enton­ces se supone que ahora tenga que comprar uno de esos atuen­dos "baratos", y ponerme a bailar en medio de la habitación como si fuera una mujercilla de un club nocturno!»
En tu batalla por la pureza sexual, la gratificación sexual no es un asunto que deba tomarse a la ligera. Si consideramos lo que una escena desnuda hace con los centros de placer de nues­tro cerebro, y en estos días es bastante fácil ver muchas mujeres desnudas o semidesnudas, con razón nuestros ojos y nuestra mente resisten el control.

Preámbulo sexual visual
Vamos a expresar esta cuarta tendencia natural en palabras dife­rentes, para que no dejes de captar su verdadero sentido: Para los hombres la impureza de los ojos es un preámbulo sexual.
Tal Y como lo escuchas. Es igual a pasar la mano por la parte interior de un muslo o acariciar un seno. Porque el preámbulo es cualquier acción sexual que de forma natural nos lleva por el camino hacia el coito. El preámbulo sexual enciende las pasio­nes impulsándonos de un nivel a otro hasta consumar el acto.
Dios no aprueba el preámbulo sexual fuera del matrimonio. En Ezequiel23:3 vemos un destello de esto: Dios, para mostrar la rebeldía y apostasía de su pueblo escogido, usa el cuadro de vírgenes participando en el pecado apasionado: Allí fueron apre­tados sus pechos, allí fueron estrujados sus pechos virginales. (Si alguna vez argumentaste que en la Biblia Dios no toca el tema de las «caricias sexuales», deja que Ezequiel 23:3 corrija tu manera de pensar.) De la misma manera es instructivo el énfasis general de la enseñanza del Nuevo Testamento sobre la pureza sexual.{vuelve a estudiar los pasajes que aparecen al final del capítulo 4) y la aplicación tanto de sus normas mentales como físicas. Desde la perspectiva divina, la relación sexual es mucho más que el acto de poseer sexualmente a una mujer.
¿Qué actos constituyen el preámbulo sexual? Lógico, «estrujar los pechos» es parte del preámbulo sexual. ¿Por qué? Porque de seguro le seguirá el coito. Si no es con ella esta noche, enton­ces, por lo menos, con la masturbación más tarde en tu hogar. Si no es con ella esta noche, entonces tal vez sea mañana por la noche cuando su voluntad se haya debilitado.
La masturbación mientras tienes fantasías con otra mujer aparte de tu esposa o tener «fantasías acerca del coito» mientras duermes, es lo mismo que hacerlo. ¿Recuerdas la norma que Jesús estableció? Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio. Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciar­la, ya adulteró con ella en su corazón (Mateo 5:27-28).
¿Qué más es un preámbulo sexual? Las caricias mutuas de las partes privadas. Hasta acariciar la parte superior del muslo puede ser parte del preámbulo sexual. (¡Quizá los jóvenes no lo vean de esta manera, pero los padres sí! Si vieras a un joven tocando el muslo de tu hija, te aseguro que no guiñarías el ojo y seguirías de largo.) Cuando una chica descansa su cabeza sobre el muslo de un adolescente, eso es un preámbulo sexual. Quizá es una forma liviana del mismo, pero tal acción encenderá su motor a un nivel demasiado elevado para los motores jóvenes. Bailar despacito podría ser parte del preámbulo sexual, si ciertas partes del cuerpo entran en contacto íntimo.
Esto no quiere decir que las parejas jóvenes no puedan rela­cionarse físicamente en maneras que no son parte de un preám­bulo sexual, como tomarse de las manos, andar juntos tomados de brazos o un corto beso. Pero los besos apasionados alrededor del cuello y el pecho, naturalmente llevan a despojarse de las ropas, lo cual lleva a la mutua masturbación, y al coito.

Promesas quebrantadas
Si eres casado, tal vez te estés preguntando: ¿Qué tiene todo esto que ver conmigo? Mi preámbulo sexual ocurre solamente con m! esposa.
¿Estás seguro? La impureza de los ojos ofrece gratificación sexual categórica. ¿No es eso un preámbulo sexual? Cuando en una película ves una escena apasionada, ¿brinca algo debajo de tu cinturón? ¿Y qué estás pensando si estás en la playa y de pron­to conoces a una hermosura de mujer vestida con un diminuto biquini? Sofocado, luchas por respirar, mientras que la Misión Control dice en tono monótono: «¡Estamos encendidos!» Al instante la llevas a la cama, aunque solo sea en tu mente. O archi­vas la imagen para más tarde disfrutar con ella tu fantasía.
Te fijas en una sensual modelo y la codicias; te fijas en ella con más detenimiento y codicias un poco más. Tu motor se acelera hasta llegar a la zona roja y necesitas algún tipo de alivio o el motor va a explotar.
No queda la más mínima duda: para los hombres la gratifi­cación visual es una forma de relación sexual. Como hombres, a través de nuestros ojos obtenemos gratificación sexual y eleva­dos niveles químicos.
Alex recuerda la ocasión en que estaba viendo un programa de televisión junto a su cuñada. El resto de la familia andaba por las tiendas. «Ella estaba acostada sobre su estómago en el piso frente a mí, vistiendo pantalones cortos apretados y se había quedado dormida mientras miraba el programa. Yo estaba sentado en una silla, bajé la vista por un instante y me fijé en la parte supe­rior de su muslo y un diminuto vestigio de su ropa interior. Tra­té de pasarlo por alto, pero mi corazón comenzó a acelerarse un poco y mis ojos no dejaban de mirar la parte superior de su mus­lo. Me excité a tal grado que comencé a mirar con mayor deteni­miento y a codiciarla. De alguna manera tenía que aliviar tales sentimientos. Me masturbé allí mismo donde estaba sentado, mientras ella dormía».
En el caso de Alex, la impureza de los ojos era claramente un preámbulo sexual que lo llevó a un pecado adicional. Es crítico reconocer la impureza sexual visual como parte de un preámbu­lo sexual. Si contemplar las cosas sensuales simplemente nos ofrece un aleteo de apreciación por la belleza de una mujer, en nada sería esto diferente a contemplar el asombroso poder de una tormenta de rayos que se desplaza a través de los campos de maíz de Iowa. No hay pecado. No hay problema.
Pero si es preámbulo sexual y si estás recibiendo gratificación sexual, entonces profanas el1echo matrimonial:

Honroso sea en todos el matrimonio, y el lecho sin mancilla; pero a los fornicarios y a los adúltero s los juz­gará Dios (Hebreos 13:4).

Y es seguro que también estás pagando precios que tal vez ni estés viendo:

No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que hombre sembrare, eso también segará. Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrup­ción; mas el que siembra para el Espíritu, del EspíritU segará vida eterna (Gálatas 6:7-8).

Además, al igual que Alex, estás quebrantando promesas. Le prometiste a tu esposa que ella sería tU único vehículo de satis­facción sexual sobre la faz de la tierra. También Alex lo prome­tió, pero durante ese episodio frente al televisor rompió dicha promesa. Él no fue fiel a su único y fiel amor.
Considera la siguiente historia que nos llega de Ed Cole, un pastor que predica a nivel nacional: Al mediodía, para concluir una reunión de oración que estaba dirigiendo para el personal de un gran ministerio, una joven lo llamó aparte para pedirle oración.
-Tengo un problema -le dijo ella con cierta timidez.
-¿Cuál es tu problema? -preguntó él.
El rostro de ella se puso tenso y sus ojos se inundaron de lágrimas.
-En realidad no lo sé -dijo ella con voz entrecortada y mordiéndose los labios-, pero mi esposo dice que tengo un problema.
Ed lo intentó nuevamente.
-Según tu esposo, ¿cuál es tu problema?
-Él dice que no lo comprendo -dijo ella por fin mientras agonizaba por emitir cada palabra.
-¿Qué es lo que no comprendes? -le preguntó Ed.
De repente la joven mujer comenzó a llorar amargamente, desde lo más profundo de su ser.
-Mi esposo guarda revistas al lado de nuestra cama -dijo jadeando entre sollozos-. Playboy, Penthouse y otras revistas similares. Dice que necesita mirarlas antes de tener relaciones conmigo. Dice que las necesita para estimularse.
A duras penas dejó escapar la oración mientras las lágrimas le rodaban por sus mejillas.
-Le dije que realmente no necesita esas revistas, pero me dice que no lo comprendo. Él dice que si de verdad lo amara, enten­dería por qué necesita las revistas y le permitiría comprar más.
      Más tarde, cuando Ed le preguntó a qué se dedicaba el espo­so, ella respondió:
      -Es pastor de jóvenes.
      Ninguna esposa debe verse obligada a compartir la intimi­dad de su cama matrimonial con ninguna desvergonzada mode­lo pornográfica. En este caso, el esposo no solamente le estaba pidiendo a su esposa que aceptara su pecado, sino que también lo ayudara en su pecado permitiéndole comprar más revistas. Entonces justifica su conducta culpándola. ¡Qué absurdo! Tam­poco este hombre era sincero a su único y fiel amor.